La historia es la siguiente: el gobierno de Estados Unidos teje la
mayor red de espionaje que jamás haya conocido la Humanidad, a uno
de sus empleados subcontratados no le aguanta más la conciencia y
decide largarlo todo, y ante la amenaza por parte de su presidente de
ser acusado él mismo de espionaje (el mundo al revés), se refugia
primero en Hong Kong, y desde allí consigue escapar a Moscú, desde
donde solicita asilo político a quien quiera ofrecérselo. Entre
medias, la organización Wikileaks, un grupo de contraespías
románticos cuyo cometido es vigilar al vigilante, le da el amparo y
los medios para escapar de los hombres de negro. Y mientras tanto,
nuestro pequeño gran héroe, una suerte de moderno Prometeo que se
enfrentó a los dioses para desvelar sus secretos a los hombres,
continúa en paradero desconocido, quién sabe si aún encerrado en
el aeropuerto de Moscú, como penitencia por haber mordido la mano
invisible y poderosa que le daba de comer.
En medio de esta jauría desatada para dar caza al hombre, ocurre un
gravísimo incidente que, al autor de este blog, permite continuar
con su particular batalla semántica. El presidente de Bolivia, Evo
Morales, regresa de Moscú en su avión oficial y, ante el temor de
que ocultase en él al prófugo Edward Snowden, es obligado a
aterrizar de emergencia en Viena, y su avión es profanado por la
policía austríaca.
De pronto Barack Obama descuelga el teléfono y cuatro países cada
vez más insignificantes (una antigua potencia venida a menos y tres naciones en vías de
subdesarrollo) obedecen sus órdenes de negar a un
presidente democráticamente elegido sobrevolar su espacio aéreo sin
rechistar, provocando entre medias un grave incidente diplomático
(del que el propio causante, por cierto, sale de rositas) y
haciéndonos ver de rebote, una vez más, que la “comunidad
internacional”, término con el que la prensa palaciega se llena la
boca, era en realidad eso, y que el concepto “soberanía nacional”
era eso también.
Dos gobiernos de derecha pura y dura, acosados por sus propios
pueblos por sus políticas a favor de la oligarquía económica y
totalmente deslegitimados a ojos de sus ciudadanos, uno que acaba de
nacer como resultado de una alianza en apariencia antinatural,
resultado asimismo de un gigantesco caos institucional, y otro más,
dirigido por un tipo cuya popularidad va en picado, y que se parece
demasiado a Zapatero, sólo que con más cara de gilipollas, lo cual
ya es decir, niegan su espacio aéreo a un presidente de cuyo apoyo
popular no gozarían los anteriores ni en el más húmedo de sus
sueños, no por nada en concreto, sino sencillamente porque se lo
mandan.
Allá donde nuestros periodistas hablan pomposamente de “comunidad
internacional”, en la tozudez de los hechos no hay otra cosa que
los intereses depredadores de la plutocracia estadounidense,
sostenidos por el “complejo militar-industrial” y el gobierno de
su país, y obedecidos sin rechistar por un conjunto de gobiernos
que, al ponerse al amparo del amigo americano, esperan que sus
oligarquías locales puedan sacar algo de tajada, y cuya legitimidad
democrática está cada vez más en entredicho. Y sin embargo, en
este nido de víboras que es la “comunidad internacional”, nadie
se casa con nadie, y menos aún el primus inter pares,
que dedica ingentes recursos a espiar a sus subordinados, pues no
termina de fiarse de ellos, aunque éstos no paren de rendirle
pleitesía, para bochorno de sus ciudadanos y sorna del resto de
países, aquéllos que, orgullosamente, se resisten a formar parte de
esa “comunidad internacional” que cada vez se parece más a una
película de Coppola o de Martin Scorsese. A cuál, decídanlo
ustedes mismos.
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