martes, 26 de febrero de 2013

Italia


 Se nos escaparon vivos. Ésa es la moraleja de la gran epopeya cinematográfica dirigida a mediados de los años 70 por Bernardo Bertolucci, Novecento. En la época del compromiso histórico, el cineasta de Parma recordaba, a modo de advertencia, en qué había quedado aquel otro gran compromiso, el de finales de la Segunda Guerra Mundial: el gran acuerdo al que habían llegado el capital, por un lado, una vez despojado de sus pieles fascistas, y el trabajo, a través de sus organizaciones históricas, en el caso de Italia, el poderoso Partido Comunista. A pesar de las grandes conquistas sociales, del pleno empleo, de los derechos laborales, se les habían escapado vivos, y ahí estaban, gobernando las instituciones, impidiendo por todos los medios que la izquierda llegase al poder, y, sobre todo, esperando su momento de pasar al contraataque.
En los años setenta se les volvieron a escapar vivos, y esta vez, además, coleando. En este caso la derrota fue monumental. La oligarquía italiana, los Estados Unidos y el Vaticano llevaban desde el final de la Segunda Guerra Mundial recurriendo a todos los métodos a su alcance para impedir que los comunistas llegaran al poder a través de las urnas, desde la propaganda negra hasta el terrorismo de Estado, pasando por la corrupción y la mafia, minando hasta límites insospechados el sistema democrático parlamentario italiano, y cuando finalmente consiguieron apartar de manera definitiva a los comunistas, lo que quedó fue un sistema insoportablemente corrupto y putrefacto, que llevó al hundimiento a principios de los noventa a los partidos políticos tradicionales, y con ellos a la I República. Ese hundimiento se llevó por delante también, por cierto, al propio PCI, que se hizo el hara-kiri, disolviéndose y después fraccionándose.
Lo que ha ocurrido después, a lo largo de la nefasta II República, no ha sido otra cosa que un lento declinar de una nación que supo sobreponerse al fascismo y a la destrucción de la guerra, y que en los treinta años siguientes dio a la cultura universal algunos de sus más brillantes genios, entre los que se me ocurre mencionar, por ejemplo, al propio Bertolucci, a Visconti, Fellini, De Sicca, Pasolini, Moravia, Lampedusa, Calvino o Sciascia. La comparación de esa Italia con la actual es absolutamente desoladora. Y esto se debe, quizás no solamente, pero sí sobre todo, al reflujo de la izquierda, de la izquierda real, la izquierda transformadora, no sólo en las instituciones republicanas, sino en la vida cotidiana misma. Desaparecida la izquierda, lo que ha quedado es la más absoluta podredumbre: la podredumbre moral, vital, económica e institucional del berlusconismo, que no ha sido otra cosa que la vía italiana al capitalismo, es decir, la forma autóctona en que el capitalismo triunfante se ha impuesto en Italia. Donde en su momento estuvo Visconti, ahora queda Telecinco. Donde Pasolini, las Mama Ciccio.
Pero los árboles del berlusconismo no deben impedirnos ver el bosque. Gobiernan, en Italia como en el resto de Europa, aquéllos que en su día emprendieron una brutal cruzada contra el comunismo y la izquierda transformadora en general, prometiéndonos que con el libre mercado seríamos más altos, más guapos y más ricos. Y sin embargo resulta que el capitalismo era esto: guerras perpetuas de colonización, paro masivo, miseria, desigualdad y corrupción, y además, un modelo cultural paupérrimo, por inexistente, al que ha sustituido una industria del entretenimiento basada cada vez más en el embrutecimiento. Resulta irónico, o irritante, o casi grotesco, leer a Popper hoy en día, cuando ya tenemos la experiencia de lo que son realmente las sociedades “abiertas”, no otra cosa que el humo que nos vendieron publicistas como él, y cómo se abren las sociedades “cerradas”, con los abrelatas de los marines americanos, los terroristas de la red Gladio o los dictadores militares.
Que se lo digan a los italianos. Aunque seguro que ya ni se acuerdan de los años de plomo, con tanto escándalo, tanto bunga bunga y tanta velina entre medias. En veinte años todo ha sido devastado, y en primer lugar, la conciencia crítica. Cunden la desorientación y el hartazgo, pero sobre todo los palos de ciego. Sólo así se explican los resultados de las elecciones, de los que caben tantas interpretaciones, lo cual es también síntoma de desorientación.
Unos cuantos italianos han votado al Partido Democrático, al que la mayoría de los medios se empeñan en considerar todavía “de centro-izquierda”, pero ante cuya victoria los especuladores (“los mercados”) daban palmas. Otros lo han hecho por el partido de Silvio Berlusconi, muchos menos por Mario Monti, el anterior primer ministro “tecnócrata” impuesto por la UE y, finalmente, una mayoría de votantes se han decantado por el partido de un cómico muy conocido, Beppo Grillo, cuyas propuestas programáticas eran, cuanto menos, ambiguas, y cuyo principales activos han sido su denuncia constante a la clase política corrupta, sin buscar las causas estructurales de la corrupción, y la novedad. No hace falta ser muy perspicaz para constatar que un movimiento que se basa en principios tan livianos está condenado de antemano a la fugacidad. Sin embargo, está cumpliendo, si quiera inconscientemente (Dios me libre de conspiranoias), su papel: por un lado, llena un vacío en el ámbito político cada vez más amplio, y por el otro, canaliza el odio y el descontento existentes hacia una clase política corrupta sin exigir demasiadas complicaciones teóricas a una población acostumbrada al embrutecimiento y la infantilización de los mass media, y deseosa de respuestas sencillas, enemigos bien visibles y chivos expiatorios, ofreciéndoles a cambio un cúmulo de indefiniciones y vaguedades que, en el fondo, no alteran en lo más mínimo las relaciones de explotación propias del capitalismo. ¿A nadie le suena esto? Y sin embargo, lo que realmente preocupa a sus amos, y los nuestros, de la Unión Europea, es que se forme cuanto antes un gobierno que continúe, como sus predecesores, con los recortes. Parece que ya se han puesto manos a la obra. Y mientras tanto, el país transalpino, otrora glorioso, persiste en su hundimiento, en una decadencia que parece no tener fin, demostrando hasta qué punto la de Murphy parece ser hoy en día en nuestro continente la más válida de las leyes.

viernes, 22 de febrero de 2013

Un poema (y una foto)

No todo fluye.
Tras tu pupila azul,
una sencillez cristalina permanece pétrea.
Cuántos cadáveres por el suelo,
cuántos caballos cansados de relinchar
cuyos hocicos, como chinchetas,
se clavan en los pies.
Y sin embargo el fruto maduro
que cae del árbol,
sin embargo el jugo que se desparrama.
Es tan fácil hacerte feliz.
Tienes razón, al fin:
no todo fluye.



jueves, 21 de febrero de 2013

¿Qué debate? ¿Qué estado? ¿Qué nación?


 Es razonable la tendencia humana a mantener los rituales, a aferrarse a ellos, incluso cuando han perdido casi por completo su sentido originario, pues en determinadas situaciones, sobre todo las más dramáticas o desesperadas, el ritual simula la normalidad, la calma, frente al caos que nos rodea.
Así ocurre con nuestro cada vez más descompuesto sistema parlamentario: que aún intenta guardar las formas, por pretender dar una sensación de normalidad “democrática”, de orden, que ya no existe de ningún modo. De este modo, esta semana ha tenido lugar el Debate sobre el Estado de la Nación que se celebra, salvo excepciones de “normalidad democrática”, anualmente. Acerca del supuesto contenido del supuesto debate, casi nada que decir, salvo lo obvio: que el gobierno de turno ha defendido su gestión y la oposición la ha criticado.
Resulta curioso también comprobar cómo la prensa conserva también su ritual de dar un “ganador” al supuesto debate, como si eso le importase hoy en día a alguien, más allá de a los propios fieles, que, como reflejan las encuestas de opinión, cada vez son menos.
Y es que hablar de “debate”, casi igual que hablar de “parlamento”, resulta casi grotesco, cuando lo que realmente ocurre es un diálogo para besugos en el cual el representante del gobierno suelta su diatriba mientras sus hooligans le ovacionan para que luego hable el representante del “principal partido de la oposición” y sus hooligans le ovacionen, y después hablen los demás.
Cuando alguien, algún político o algún periodista, se refiere al parlamento español, el Congreso de los Diputados, como “el lugar donde reside la soberanía nacional”, a uno le dan ganas de echarse a reír, o a llorar, o directamente al monte, pues no cabe mejor metáfora gráfica de lo que está ocurriendo actualmente en Europa que los parlamentos de Grecia o España protegidos de la ira de la gente, a la que supuestamente representan, por centenares de policías antidisturbios, mientras en su interior se aprueban leyes que asfixian a la mayoría de la población. Los “representantes del pueblo” asediados por el propio pueblo y protegidos por aquéllos en cuyas porras está, en último término, la garantía de que la ley va a ser cumplida.
Decía Locke que la legitimidad de una determinada forma de gobierno reposaba en el consentimiento de los gobernados. Sin riesgo de equivocarnos, por lo que ha pasado en nuestro país podríamos ir más allá en esa afirmación, y sostener que una forma de gobierno, por muy corrupta que sea, es consentida por la mayoría de la población mientras existe un bienestar generalizado. Ahora bien, cuando ese bienestar se esfuma, ¿qué es lo que ocurre? A la vista está.
También hablaba Locke del derecho legítimo del pueblo a la rebelión, aunque con mucho miedo, como buena gente de orden que era, celoso de sus propiedades y de las de sus compañero de clase social. El mismo miedo que muestran ahora los representantes de la “izquierda institucional” ante el desbordamiento social, desde la mayoría de los burócratas de la cúpula del PSOE hasta los de las propias de CCOO y UGT.
Pero no nos perdamos.
La semana pasada nos visitó uno de los máximos representantes de nuestros verdaderos amos: Mario Draghi, ex de Goldman Sachs, participante directo en la falsificación de las cuentas griegas con que se topó Papandreu en 2009, cuando alcanzó la presidencia de su país, y actual presidente del Banco Central Europeo. Cabe detenerse brevemente aquí para denunciar, las veces que haga falta, que el BCE no es solamente una institución que escapa a todo control democrático por parte de la ciudadanía europea, si la hubiera, sino que a él deben obediencia, no sólo las opacas instituciones de la UE, sino también los propios parlamentos nacionales de sus países miembros. Y si alguien lo duda, que se dé un paseo por el Tratado de Lisboa, remiendo de la fallida, por suerte, Constitución Europea que los franceses y los holandeses echaron atrás en masa allá por 2005, cuando los adosados brotaban como setas por doquier.
El señor Draghi se presentó en nuestro parlamento, “sede de la soberanía nacional”, para comprobar, como se diría ahora, en esta extraña jerga imbecilizante que tan de moda se ha puesto por parte de periodistas, políticos y burócratas varios, “que se estaban haciendo los deberes” por parte de nuestro gobierno, o, para ser más precisos, el suyo. Porque semejante muestra de invasión de la soberanía no hace más que evidenciar, de una forma sorprendentemente explícita, quién manda aquí, y quién obedece. El colmo de lo grotesco llegó por parte del propio Draghi, al solicitar que su comparecencia fuese a puerta cerrada, de espaldas al pueblo al cual, supuestamente, ese parlamento representa, y más aún el celo servil con que el Presidente del Congreso, Jesús Posadas, tercera autoridad de este país, se prestó a obedecerle, autorizando el uso de inhibidores de frecuencia que impidieron la retransmisión de la felonía vía streaming por parte de dos diputados de la Izquierda Plural.
De ese mismo parlamento fueron expulsados, también la semana pasada, también por ese Presidente del Congreso que se comporta como cualquier carguito intermedio, servicial con su jefe, feroz con sus subordinados, los miembros de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas que se habían dejado la piel recogiendo casi un millón y medio de firmas para que en el parlamento, sede de la soberanía nacional, se debatiese, al menos, un problema que afecta a millones de compatriotas, y al que el señor Draghi no dedicó ni un segundo de su tiempo en su estancia en nuestro país. He ahí la utilidad actual del parlamento, y su verdadera función hoy en día.
Me van a disculpar que cite a Carl Schmitt, pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. “En algunos Estados, el parlamentarismo ya ha llegado hasta el punto de que todos los asuntos públicos se han convertido en objeto de botines y compromisos entre los partidos y sus seguidores, y la política, lejos de ser el cometido de una élite, ha llegado a ser el negocio, por lo general despreciado, de una, por lo general despreciada, clase”.
Se puede decir más alto, pero no más claro. ¿O sí?
Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias sino en las repúblicas más democráticas”.
Ésta es de Lenin.

lunes, 11 de febrero de 2013

El mundo se derrumba y yo monto un nuevo blog


El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos. La crisis económica devasta Europa, el mundo capitalista en su conjunto se tambalea hacia el abismo, el islámico se debate entre la libertad y el oscurantismo político y religioso en medio de luchas sectarias milenarias, guerras de rapiña y regímenes insoportablemente despóticos y nuestro país se hunde cada día más en la podredumbre de la miseria, la explotación, la injusticia y la corrupción.
Así que, ¿qué mejor momento para ponerse a escribir?
Las épocas de rupturas históricas, convulsiones sociales y cataclismos han dado a la literatura sus momentos más brillantes: Platón y Aristóteles vivieron el hundimiento de la democracia y la libertad de Atenas, Agustín de Hipona, la caída del imperio romano, el Siglo de Oro español, la decadencia del nuestro, y entre las dos mayores atrocidades bélicas que ha conocido hasta ahora la Humanidad, florecieron las vanguardias.
Entre tanto, en Suiza, ¿cuál fue el resultado de quinientos años de paz, democracia y prosperidad? El reloj de cuco.
Como decía William Blake:
algunos han nacido para el dulce placer,
algunos han nacido para la noche infinita.
Con la literatura pasa lo mismo: algunas obras se nutren de la luz y la felicidad. No muchas, es cierto. Otras, la mayoría, se alimentan, como los vampiros, de las miserias de los hombres.
Por desgracia, al escritor no le corresponde solamente ser cronista, con mayor o menor fortuna, de su época. Le toca también vivirla. Sufrirla.
Este blog nace de varias necesidades: la de intentar explicar el mundo que rodea al autor y la de compartir, rebatir y debatir esa explicación, y confrontarla con otras explicaciones.
Pero sobre todo nace del sufrimiento, la desolación, el vacío y, por qué no, aunque tibia, la esperanza.
Que ustedes lo disfruten.