Que la prensa no es ese cuarto
poder que defiende la mitología liberal, cuya tarea sería hacer
efectiva la libertad de expresión, y a través de ella, la búsqueda
de verdades molestas a los otros tres poderes, es algo tan obvio y
evidente hoy en día que casi no habría que darle más vueltas al
asunto, ni dedicarle ni una sola línea más, dados, por ejemplo, los
excelentes trabajos de Pascual Serrano o el documental “Cuartopoder”. Tal vez la polémica podría estribar en si, en su
conjunto, lo ha sido alguna vez. El autor de este blog, desde luego,
tiene sus reservas.
Resulta difícil calificar esta época, pero lo que está claro es
que a nadie con un mínimo de honestidad y, sobre todo, de cierta
perspicacia epistemológica, se le ocurriría emplear términos como
“progreso” o “ascenso” para definirla. Es, sin duda, un
tiempo sombrío, que autores a los que el que escribe estas líneas
admira, como Samir Amin o Xabier Arrizabalo, han definido como
“capitalismo senil”, o “capitalismo en su fase descendente”.
Sin embargo, si algo podemos agradecer a estos tiempos es que, en su
decadencia, se estén llevando por delante ciertos dogmas del
liberalismo que durante mucho tiempo se nos han presentado por el
Poder (con mayúsculas esta vez) como verdades irrefutables, y que
ahora se baten en retirada.
Como recuerdo decir a Julio Anguita en una conferencia de hace ya al
menos diez años, no existe la separación de poderes, sino que todos
ellos, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, obedecen al
unísono a un único poder, que no es otro que el de la oligarquía
económica (lo que la izquierda ha conocido siempre como
“burguesía”). Se tratarían, por tanto, de los diversos
tentáculos de un mismo pulpo. En lo que se refiere a los medios de
comunicación, se podrían considerar el tentáculo propagandístico,
y su función no sería ya la de desvelar ante la opinión pública
los tejemanejes del poder político, sino la mera reproducción
ideológica del sistema.
Tiene tan clara la oligarquía el papel de sus medios, que ni
siquiera los maneja como empresas cualquiera, en virtud de sus
beneficios económicos, sino que los mantiene a pesar de que resulten
tremendamente deficitarios. Y, como ocurre con los políticos,
alrededor de ellos se ha creado una casta,
cuya función principal ha consistido, desde la Transición hasta
nuestros días, en sacralizar al régimen, haciéndonos creer que
cualquier alternativa a él era, o bien imposible, o bien indeseable.
La irrupción de internet en
nuestras vidas abrió una quiebra en ese discurso monocorde. Desde
hace algo más de una década, uno puede asomarse a la red y no sólo
obtener informaciones y voces que hasta ahora los medios nos
hurtaban, sino que además puede volcar la suya propia. Sin embargo,
no conviene engañarse: por un lado, esa grieta que se ha abierto,
aunque importantísima, todavía es pequeña en comparación con el
muro aún inmenso de los mass media. Por
otro, la crisis de los medios tradicionales no se debe a la irrupción
de internet, o al menos no solamente, sino que coincide con la grave
crisis de legitimidad en que se encuentra el sistema económico y
político que ellos ayudaban a sustentar. Toda propaganda tiene sus
límites: en el caso de los medios de comunicación, la evidencia
ante los ojos de la mayoría de la población de que no buscan
informar, sino que obedecen a unos intereses que son, cada vez más,
hostiles a los de esa misma mayoría. Ocurre entonces una paradoja:
cuanto más necesitan la oligarquía económica y la “casta
política” dependiente de ella echar mano de sus medios afines ante
la falta de credibilidad democrática de sus políticas y sus abusos,
más grotescos se presentan éstos ante los ojos de una población
descreída a la que pretenden, de una forma cada vez más
transparente, tomar el pelo, y sin embargo, no pueden dejar de
cumplir con su función, pues la propaganda, unida a la represión,
son lo único que le queda para sostenerse en el poder a una clase
dominante incapaz ya de satisfacer las necesidades siquiera básicas
de capas cada vez mayores de la población.
Es en este momento de quiebra cuando
están apareciendo nuevos medios y nuevos periodistas que, ellos sí,
buscan desenmascarar los vericuetos del poder desde una perspectiva
independiente, cuando no abiertamente militante del lado de los que
hasta ahora no teníamos voz. De todos ellos, el autor de este blog se queda sin duda
con el joven profesor Pablo Iglesias, no sólo porque en sus
tertulias introduzca un nivel de calidad que contrasta sobremanera
con la pobreza general, sino además por la forma en que se ha colado
en los debates mainstream.
Hay quienes le critican por ello: es obvio que los medios de
comunicación le utilizan, por un lado, como vedette
mediática, y por otro les sirve
para darse un lavado de cara de pluralidad ideológica. Dudo mucho
que nuestro hombre no sea plenamente consciente de tales hechos. Por
otro lado, su propia presencia es síntoma evidente de que tal
pluralidad ideológica pasa ya necesariamente por incluir a gentes
que plantean una ruptura clara con un régimen ya agotado.
Por parte de quien escribe estas
líneas, decir que no puede evitar sentir una profunda satisfacción
cada vez que ve a Pablo Iglesias repartiendo mandobles teóricos a
cada uno de los miembros carcomidos de esa casta
periodística que ante sus
argumentos no son capaces de enfrentar más que gruñidos, mentiras
evidentes y malas maneras. Hasta tal punto han sido tratados durante
las tres últimas décadas como una casta aparte que en el momento en
que se les opone alguien que no comparte sus modos ni sus intereses y
les obliga a esforzarse se muestran, en toda su absoluta mediocridad
dialéctica y analítica, como lo que siempre han sido: tigres de
papel.
Cuenta Eduardo Galeano en el tercer
volumen de su epopeya Memoria del fuego -El siglo del
viento-, que a Eva Perón “no
es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el
pueblo humillado sino vengado con sus atavíos de reina”. Pues
igual nos sentimos muchos. No es que le perdonemos a Pablo Iglesias
su arrogancia, su egocentrismo y su chulería contra los Marhuenda,
Inda, Rojo y compañía, es que se los celebramos. Son nuestra
pequeña venganza. La otra, la grande, contra sus jefes, ya llegará.
Muy bueno Chavi.
ResponderEliminarPor si no lo has oido, te recomiendo el podcast de Carne Cruda 2.0 donde entrevistan a Pablo Iglesias.
http://goo.gl/t19qKT