martes, 9 de julio de 2013

Es un golpe de Estado

 Que el gobierno de los Estados Unidos y sus peleles europeos se resistan, por la cuenta que les trae, a llamarlo por su nombre, no quita que lo que haya ocurrido en Egipto sea eso mismo que no se atreven a nombrar: un golpe de Estado como la copa de un pino. A la vieja usanza, al estilo de Pinochet, Videla, Suharto o el Sha de Persia, todos ellos grandes aliados de los americanos. Todos ellos grandes asesinos.
Sólo hace dos años que tuvo lugar el levantamiento popular que derrocó a Hosni Mubarak, y las cosas parecen haber vuelto dramáticamente a su punto de partida. Tras el breve y desastroso ínterin de los Hermanos Musulmanes en el gobierno, con su sharia y su sumisión al FMI, los militares retornan al poder. Lo que no se atreven a decir los líderes políticos, lo hacen sus voceros de la prensa: el viernes pasado el Wall Street Journal defendía un Pinochet para Egipto. Los intereses económicos son lo primero. Que para mantenerlos tenga que haber un baño de sangre es algo completamente accesorio. ¿O acaso no ha sido así decenas de veces antes? La culpa la tienen los pueblos, que no saben lo que votan. Es preciso corregirlos. No son otra cosa los asesinatos en masa, las cárceles clandestinas y los campos de concentración en estadios: medidas correctoras.
La “comunidad internacional”, que contempla con silencio cómplice la suspensión de la Constitución, el desmantelamiento del parlamento, el arresto del presidente salido de las urnas y la matanza de sus seguidores por parte de los militares, admite que se convoquen nuevas elecciones dentro de seis meses, a ver si para entonces el pueblo ya ha aprendido la lección y vota lo que debe.

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