martes, 23 de abril de 2013

Pequeña contribución al día del libro


Epicuro de Samos

Cada vez siento más ajenos
a los hombres, sus disputas,
sus miedos vanos, su sumisión
mezquina a unos dioses que,
en su feliz autosuficiencia,
nos ignoran. Ya he perdido
toda esperanza de enseñarles,
gracias a la sabiduría,
el camino a la felicidad.
La practicaré yo, entonces,
alejado de los tumultos,
contentándome con lo justo,
un pequeño trozo de queso,
la contemplación de los astros,
el cultivo de la amistad.

jueves, 18 de abril de 2013

Venezuela o Chile

Mañana para los jóvenes los poetas explotando como bombas,
los paseos por el lago, las semanas de perfecta comunión;
Mañana las carreras de bicicletas
por los suburbios las tardes de verano. Pero hoy la lucha.”
W. H. Auden, “Spain” (1937)


Nicolás Maduro, el candidato socialista, ha ganado las elecciones presidenciales de Venezuela. Según los numerosos observadores internacionales desplegados en el país sudamericano, entre los que se encontraba una delegación española formada por miembros de los partidos PP, PSOE, IU, CiU y PNV, así como el embajador de nuestro país en Venezuela y el ex-presidente del Congreso de los Diputados José Bono, el resultado electoral ha sido fiable. Lo asegura también, por ejemplo, la Fundación Jimmy Carter, que ha estado presente en más de un proceso electoral venezolano, y siempre ha expresado su conformidad con los cauces en que las diversas elecciones y referendos han tenido lugar en ese país.
Cabe decir, entonces, que desde una perspectiva procedimental, Nicolás Maduro es legítimamente el presidente de Venezuela. Y dado que apenas han transcurrido un par de días desde su elección, no cabe apelar aún a ninguna otra perspectiva.
Su victoria, sin embargo, ha sido ajustadísima: apenas trescientos mil votos y algo más de un punto porcentual le separan del candidato opositor, Henrique Capriles. Cabría hacer una análisis muy sosegado de por qué, en apenas seis meses, casi dos millones de votos se han trasvasado del socialismo a la oposición. Habría que hacer una severísima autocrítica en total libertad, e intentar plantear soluciones que atajen cuanto antes con los graves problemas que azotan a Venezuela: la delincuencia, la corrupción y las inminentes consecuencias de la crisis económica mundial, y comprender que mientras al menos las dos primeras existan, no es concebible un proyecto socialista creíble. Al menos mucha gente lo ha visto así. Sería necesario intentar recuperar a esos votantes que esta vez se han dejado encantar por los cantos de sirena de la derecha, mientras ésta mostraba su cara más amable. Sin embargo, y por desgracia, la serenidad del debate, absolutamente necesario, habrá de posponerse hasta mañana, porque hoy, hoy toca la lucha.
La oligarquía venezolana, apoyada por sus fuerzas de choque, ha sembrado el crimen y el horror desde el mismo minuto en que se conocieron los resultados. Ocho militantes socialistas han sido asesinados hasta el momento, se han incendiado centros de salud, locales del partido socialista, incluso con gente dentro, y se han cometido decenas de sabotajes y agresiones a simpatizantes del PSUV. La derecha venezolana ha mostrado cuál es su verdadero rostro: el rostro del fascismo, el rostro del caos y la destrucción. Los ataques han mostrado además el carácter profundamente clasista de la oligarquía: han apuntado a emblemas del poder popular, a los logros más evidentes del gobierno socialista en favor de las clases más desfavorecidas: centros de salud donde colaboran médicos cubanos, sedes del partido, emisoras de radio populares... y han demostrado hasta qué punto tienen consciencia tanto unos como los otros de que lo que se libra en Venezuela no es otra cosa que la lucha de clases en su nivel más descarnado. En sólo dos días han demostrado su verdadero proyecto político, más allá de los hermosos eslóganes de la campaña electoral, y no es otro que el de Pinochet en Chile en 1973: la aniquilación completa del movimiento obrero y popular.
No cabe más que pensar que, tal como advertía el propio Nicolás Maduro días antes de las elecciones, todo forma parte de un plan preconcebido desde tiempo atrás. No reconocer el resultado de las elecciones no ha sido más que el primer paso. La constitución venezolana reconoce cauces democráticos para la impugnación de los resultados. Sin embargo, el opositor Capriles (quien, por cierto, participó activamente en el intento de golpe de Estado de 2002 contra Chávez), no ha hecho uso de ellos hasta casi cuatro días después y, según parece, sus supuestas pruebas no son más que agua de borrajas. Por otro lado, se realizó una auditoría sobre el 56 % de los votos sin que se detectase ni una sola anomalía. Tampoco los observadores internacionales protestaron. Pero los derechistas venezolanos no están solos en su intento de desestabilizar el país y tomar el poder por la fuerza. Cuentan, cómo no, con la inestimable ayuda del amigo americano, que se niega a reconocer los resultados. Cómo no, también, con los burócratas de la Unión Europea, empeñados en aniquilar los derechos sociales y laborales tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas. Y también, cómo no, con el apoyo de la prensa nacional y extranjera, siempre dispuesta a tergiversar, manipular y ocultar datos, cuando no directamente a mentir y falsear descaradamente la verdad. Desde al menos el intento de golpe de Estado de 2002, ampliamente celebrado por nuestra prensa patria, sabemos que ésta no es ya sólo mercenaria o servil, sino cómplice cuando no directamente criminal. Y luego están también los tontos útiles, entre los que destacan el Gran Wyoming y su programa El Intermedio, cuya manipulación consiste en contar las cosas a medias. Son esa izquierda divina que prefiere a mil Allendes muertos antes que a un solo Maduro vivo. Cuanto más evidentes se muestran los bloques en conflicto, más se enrocan ellos en un equidistante término medio cada vez más inexistente, salvo en sus ensoñaciones y sus engaños. Su referente político sigue siendo el PSOE, fíjense. Con la que está cayendo, y con el ejemplo de los socialdemócratas griegos o el de los venezolanos.
Pero ya no hay término medio. La oligarquía económica va a por todas, en Atenas, en Caracas o en Madrid. En Grecia es Syriza o el fascismo, directamente a través de las hordas negras de Amanecer Dorado, que no paran de ganar adeptos, o bien con el ropaje de un gobierno cada vez más inclinado a la derecha. En Caracas, la disyuntiva es entre Venezuela o Chile. Socialismo o barbarie. Parece ser que en los barrios populares las autodefensas ya se han empezado a organizar. Parecen tener fresca la memoria y aún recuerdan las jornadas de abril de 2002. Como entonces, esperan rechazar el golpismo por medio de una alianza entre el poder popular y los sectores leales de las fuerzas armadas, que parecen ser mayoritarios. Esperemos que sea así.
Los hay que aún creemos en el socialismo, no como un mero cambio en el modelo económico, sino como un proyecto emancipador, capaz de explotar lo mejor de cada ser humano en paz y en libertad. Confiamos en un socialismo distinto al estalinista. En Venezuela, ese socialismo aún está muy verde, a pesar de los años en el gobierno. Sin embargo, sólo profundizando en el socialismo podrá derrotarse definitivamente el fascismo en Venezuela. El aparente repliegue de Capriles parece más bien un paso táctico; el enemigo permanece al acecho. Ya lo saben bien los venezolanos; muchos se habrán arrepentido y mucho de haber cambiado su voto. Como ya sabrán los socialistas venezolanos, es necesario recuperarlos para el campo popular, y como ya sabrán también, es necesario no ceder ni un ápice, rechazar cualquier alianza con la oligarquía y ahondar en las medidas socialistas.  Tal vez éste sea un buen momento para hacerlo.

lunes, 15 de abril de 2013

Ding, dong, the witch is dead


 La bruja ha muerto. La lloran los especuladores en la City, los explotadores del trabajo ajeno del mundo entero, los oligarcas del Este y los políticos liberales de todas partes, entre ellos los nuestros, que cierran escuelas y hospitales mientras abren casinos. La lloraría también, si no fuese porque lleva más de seis años pudriéndose en el infierno, su gran amigo y admirado Augusto Pinochet, ese gran liberal que introdujo el libre mercado en su país al tiempo que introducía a sus compatriotas en campos de concentración a lo largo de la estrecha geografía de su país, y esparcía cadáveres de demócratas desde la Tierra de Fuego hasta el desierto de Atacama mientras el capital internacional se repartía las riquezas de su patria.
La bruja ha muerto. Lo han celebrado de forma espontánea, de Glasgow a Madrid, trabajadores, sindicalistas, estudiantes y todos aquéllos que gozan aún de buena memoria o simplemente saben reconocer que dos más dos son igual a cuatro, y que políticas de desregulación de los mercados más privatizaciones son igual a crisis perpetuas y pobreza generalizada. Otros, incluidas muchas de las víctimas de sus políticas económicas y políticas, asisten sumisamente indiferentes al espectáculo tras más de treinta años sufriendo sobre sus espaldas tantos recortes, bajadas de sueldo, paro masivo y desindustrialización. Y estamos también los escépticos, los que entendemos la alegría de las víctimas, pero pensamos que, hoy por hoy, realmente no hay nada que celebrar, pues aunque la bruja ha muerto, sus hechizos continúan.
Freedom fighter” la denominaba esta semana en su portada The Economist, vocero de la oligarquía económica internacional. Luchadora por la libertad. Luchadora, sin duda, por su libertad: la de los especuladores financieros, para poder desplazarse libremente por todo el orbe destrozando economías de países enteros y llevando a millones de trabajadores al paro y a la precariedad laboral, cuando no directamente a la miseria y al desamparo más absoluto. Otro luchador por la libertad para estos liberales de nuevo cuño fue Pinochet, ese gran demócrata que ya he mencionado arriba, quien se vio obligado, el pobre, a sumir a su pueblo en el terror porque se empeñaba, como decía Nixon, en votar a quien no debía. Perdonen que insista en el término utilizado por The Economist, pero no me parece baladí. Freedom fighters era la denominación empleada en los años 80 por la administración Reagan, alter ego de Thatcher al otro lado del Atlántico, para referirse a los talibanes afganos mientras los armaba hasta los dientes, así como a los terroristas de la Contra nicaragüense, a los escuadrones de la muerte salvadoreños y a la junta militar guatemalteca. Todos estos campeones de los derechos humanos le hicieron un gran favor a la causa liberal eliminando, literalmente, a la izquierda en sus respectivos países y llevando, como todos sabemos, la paz, la libertad y la opulencia a sus pueblos. Que se lo pregunten, por ejemplo, a las mujeres afganas, que si no practican el top-less en su país es porque no tiene playas.
También nadan en la riqueza, tengo entendido, los ciudadanos de los países del Este. Por lo menos los oligarcas mafiosos que fueron más rápidos que sus colegas del Oeste en hacerse con los recursos de sus Estados tras las privatizaciones, los traficantes de drogas, armas, órganos o mujeres y los cuatro o cinco, de los millones de que han tenido que abandonar sus países por la falta de trabajo, que hayan hecho fortuna fuera de ellos. La gran misión histórica de la santísima trinidad liberal, Thatcher, Reagan y Juan Pablo II, fue acabar con el comunismo. Dentro de sus fronteras, liquidando a los sindicatos. Fuera de ellas, con el apoyo de todas las dictaduras militares latinoamericanas sin excepción, así como de grupos paramilitares y escuadrones de la muerte varios, y de los talibanes afganos. Y en los países de la órbita soviética, con el de disidentes políticos que, una vez tomaron el poder, desguazaron sus naciones poniéndolas en venta al mejor postor. La santísima trinidad liberal, ayudada de los Walesa, Havel, Gorbachov o Yeltsin, liberó a los pueblos del Este del comunismo para ponerlos rumbo al tercer mundo. ¿Sorprenderá a alguien todavía saber que, mientras Mijail Gorbachov recibía el premio Nobel de la Paz (ese gran galardón que cada año cobra más prestigio, y que ya lo dan hasta de manera preventiva, como a Obama), era cada vez más repudiado en su país, o que Lech Walesa, que se dedica a dar charlas por el mundo a precio de oro, recibió menos del 1% de los votos la tercera vez que se presentó a las elecciones en el suyo, en 2000?
En todo caso, se trataba de la libertad. Y, como aseguraba en los 80 John Gray, ideólogo de cabecera de la señora Thatcher, hasta el más pobre de los mendigos de Londres era más libre que cualquier funcionario del Estado soviético, aunque éste tuviese asegurado de por vida un techo bajo el cual dormir, un trabajo, el derecho a que le fuese tratada de manera gratuita cualquier enfermedad, una educación igualmente gratuita hasta la universidad, vacaciones pagadas y una pensión de jubilación. Ésa es la concepción de la libertad de estos ultraliberales (entre los que ya no se encuentra, es justo decirlo, el propio John Gray, que hace años renegó de su credo), y desde luego que se esfuerzan en aplicarla. Sin casa, sin trabajo, sin sanidad, sin escuela, sin pensiones, sin vacaciones, pero eso sí, somos libres. Y si no somos ricos es porque no queremos, o peor, porque no podemos. Otro dogma de la Thatcher: su darwinismo social (o más bien, antisocial) exacerbado, llevado al límite del empirismo radical, tan British, de negar la existencia de la sociedad más allá de la mera suma de sus componentes humanos, cuya principal obligación sería extender su libertad y su riqueza cuanto pudiesen, en constante pugna con los demás. En esta utopía liberal no cabrían la solidaridad, ni el amparo social de los más necesitados, pues al fin y al cabo ellos se lo habrían buscado por incapaces, y toda restricción a la voracidad por parte del Estado sería vista como una coartación injustificable propia de regímenes totalitarios.
Hay que decir, por si alguno no se había dado cuenta todavía, que la utopía ultraliberal se tornó pesadilla para la mayoría de la población, como no podía ser de otra manera. Y es que basta con leer a otro gran autor inglés, Thomas Hobbes, para comprender por qué el libre mercado no puede más que desembocar en el caos.
Y en ese caos seguimos, veintitrés años después de que los tories británicos decidieran hacer el harakiri a la Dama de Hierro para que sus políticas pudieran seguir adelante sin ella. Muerto el perro, continuó la rabia.
Por eso no brindaré con champán.
Lo he guardado para la victoria de Nicolás Maduro.

sábado, 13 de abril de 2013

Hay que ser muy gilipollas


 Hay que ser muy gilipollas para comparar a los activistas que realizan escraches con los nazis.
Hay que ser muy poco original, también.
Hay que ser tremendamente cretino para comparar un escrache con la kale borroka.
Hay que carecer del más mínimo escrúpulo moral para comparar víctima con victimario sin que te tiemble al menos la voz.
Hay que ser profundamente tonto para creérselo.
Hay que ser muy olvidadizo para no recordar de dónde proviene el partido que nos gobierna, ni el Rey que chupa de nuestros bolsillos, ni el régimen en su conjunto.
Hay que ser muy mercenario para rasgarse las vestiduras en artículos de opinión o tertulias televisivas ante el falso acoso a los políticos mientras se es indiferente ante el hecho de que cientos de personas son expulsadas brutalmente a diario de sus casas.
Hay que ser muy cínico para ponerse hiperdemocrático cuando es la gente normal y corriente quien presiona a los políticos para que les escuchen y mientras hacer mutis por el foro cuando es la oligarquía económica quien lo hace.
Hay que ser muy sumiso y muy lameculos para recordar, tertulia tras tertulia, el sufrimiento de los hijos de los políticos, quizás al conocer que el pueblo odia a sus padres, y sin embargo no tener siquiera en cuenta el de los hijos de los desahuciados, desahuciados ellos mismos también, que tal vez tengan que dormir en la calle tras haber sido arrastrados por la policía de sus casas.
Hay que ser muy mezquino y muy odioso para no ver mal que la gente pierda sus casas a manos de los bancos mientras no sea uno mismo quien se quede en la calle.
Hay que ser un poquito vegetal (una coliflor, un nabo) para que te resulte indiferente.
Hay que ser muy borrego para no hacer nada si al menos no lo ves bien.
Pero sobre todo hay que ser muy, pero que muy hijo de puta para elaborar y aprobar, una tras otra y sin pestañear, leyes que condenan premeditadamente a millones de personas a la miseria, que establecen la servidumbre como condición para poder tener un puesto de trabajo y extienden el miedo y la desesperación entre la mayoría de la población.

En fin, un trabajo

La revista literaria digital "El Globo Sonda" me publicó hace un mes el relato "En fin, un trabajo".
Subo ahora la noticia al blog porque el bueno de Carlos Lapeña, su tenaz director, no me avisó de ello hasta el jueves pasado, cuando coincidimos en la presentación del libro "Memoria de la Filosofía" de Augusto Klappenbach, cuya lectura recomiendo, y cuya edición, cuidada y hermosa, como no podía ser de otra manera, ha sido obra de mi amiga y editora Susana Noeda, creadora, además de la editorial Adeshoras, del sello Editorial Anexo, dedicado a las Humanidades.
La idea del relato recién publicado me surgió en el verano de 2001, cuando trabajaba en una empresa de similares características a la que aparece en él. Sin embargo, no fue hasta el mes de junio de 2006, en la turbia y extraña época de mis segundas oposiciones, que me decidí a escribirlo, y desde entonces lo tuve guardado en un cajón hasta que finalmente se lo ofrecí hace tres meses a Carlos Lapeña para que me lo publicase si lo veía oportuno, lo cual al final ha parecido ser que sí.
Me gustaría añadir un par de apreciaciones mas:
- la primera, que, salvo en lo que a las características de la empresa se refiere, no tiene nada más de autobiográfico;
- la segunda, que si bien fue escrito en una época en la que el desempleo estaba por debajo del 10%, las condiciones laborales ya eran lo bastante precarias como para que, cuando finalmente me decidí a publicarlo, no me sintiese en la necesidad de modificar ni una coma, pues me parecía que su actualidad era aún mayor hoy en día.
Para poder acceder a él, pinchad aquí.
Espero que os guste.