lunes, 25 de marzo de 2013

Adelante con los escraches


Los nuestros se quejan por los cristales rotos.
En todas partes hay gente idiota.”
Los Ilegales, “Yo soy quien espía los sueños de los niños”

Fue en la década de los 90, en la Argentina, cuando empezó a utilizarse la práctica del escrache como método para combatir la impunidad. Durante el gobierno de Ménem, de la dolarización, de los viajes de la clase media a Miami y del indulto a los criminales de la dictadura, organizaciones de derechos humanos y familiares de desaparecidos que se resistían a que las atrocidades que los militares habían perpetrado en su país quedasen impunes empezaron a señalar con el dedo a los responsables, y a plantarse en las puertas de sus domicilios para hacer saber a todo el vecindario que convivían con un criminal. Su objetivo fue abrir una brecha en el silencio oficial impuesto por el gobierno, y reabrir los juicios que éste había cerrado por la puerta de atrás con indultos vergonzosos a los genocidas. Hay que decir que, como aquí, a los activistas se les acusaba de casi todo, desde gamberros hasta violentos, si bien el mayor dolor para ellos era chocar con la indiferencia mayoritaria de una sociedad indolente a golpe de olvido y burbujas monetarias que, sin saberlo, se encaminaba hacia el abismo. Y hay que decir también que las armas de esos “violentos” eran, como aquí, el ruido y la tenacidad. Compárenlas con las de las “víctimas” de sus escraches: la picana eléctrica, los fusiles, las mazmorras clandestinas y los aviones desde los que arrojaban al océano los cuerpos mutilados de los desaparecidos. Hay que añadir, por último, que su lucha pacífica e insistente ha dado sus frutos en los años siguientes, cuando, bajo los gobiernos de los Kirchner, los juicios se han reabierto y los genocidas han sido condenados por sus atrocidades, el último de ellos, Reynaldo Bignone, hace apenas dos semanas, a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.
Viene este breve recordatorio a cuento por la valiente decisión de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de emplear la táctica del escrache para forzar a los parlamentarios a poner fin a la sangría de desahucios que azota nuestro país, y la polémica que desde los medios de comunicación afines, ya no sólo al gobierno, sino al régimen en su totalidad, se ha generado.
Que en nuestro país, según ciertas estimaciones, se hayan construido en la última década 4,6 millones de viviendas, y sin embargo pudiera haber cerca de 6 millones de casas vacías al tiempo que, desde finales de 2008, se hayan realizado casi medio millón de ejecuciones hipotecarias, número que no para de crecer, pues se realizan una media de 321 al día, no muestra más que la incapacidad del sistema económico y político en su conjunto de satisfacer, no ya un cierto cupo de bienestar, sino las necesidades básicas de la población, y su irreversible agotamiento.
Las políticas que han llevado a esta situación (en la que, además, hay 6 millones de desempleados y un índice de pobreza del 21,1%) no pueden considerarse más que de criminales, y es absolutamente legítimo luchar contra ellas. Hay que añadir, y en esto no me extenderé demasiado, que los partidos políticos que las han llevado a cabo, primero el PSOE y actualmente el PP, se encuentran sumidos en gravísimos casos de corrupción en los que se manejan cifras astronómicas, y más aún si las comparamos con la precariedad en el día a día a la que estos partidos, estando en el gobierno, someten a una mayoría cada vez más creciente de la población, lo cual no hace más que aumentar la indignación de los ciudadanos, y su desprecio por sus gobernantes, sin duda merecido.
El escrache no hace otra cosa que señalar a los culpables (o al menos, hasta ahora, a parte de ellos, porque de momento los banqueros y los especuladores se van de rositas). Y eso les duele. La democracia representativa, tal como fue diseñada para nuestro país en la Transición desde Washington y Bonn, implicaba un acuerdo entre las élites económicas y políticas que otorgase los menores cauces posibles de participación a la población. Apenas el de votar cada cuatro años a alguno de los dos partidos mayoritarios financiados por esas mismas élites económicas para que se alternasen en el poder sin que casi nada cambiase. Mientras tanto, la mayoría de los representantes políticos se fueron convirtiendo en una casta que trabajaba, no para el bien común, sino para satisfacer los intereses de aquéllos que les pagaban, y bien. No hay más que examinar la posterior carrera en el sector privado de los Martín Villa, González, Acebes, Aznar, Zaplana, etc. para corroborar esa afirmación. De pronto salir de esa burbuja de cristal y enfrentarse con el pueblo sufriente que les escupe verdades a la cara debe de ser realmente doloroso. Por eso ya han puesto en marcha todo el aparato del Estado, que controlan, para frenar las protestas.
En primer lugar a la policía, por supuesto. En segundo lugar, a los jueces. Denunciarán a diestro y siniestro, pretendiendo que las multas asfixien, aún más, a los activistas. Sepultar las protestas bajo una montaña de sanciones es una de las estrategias que este gobierno lleva aplicando desde que llegó al poder. Y en tercer lugar, cómo no, movilizando a su prensa, que ya está haciendo lo que mejor se le da, es decir, arrojar toneladas de infamias sobre todo aquél que ose levantarse contra el gobierno. Tiran de todos los tópicos: se los compara, cómo no, con los nazis (la originalidad no es lo suyo). Se les acusa de acosar a los miembros del PP y, lo que es peor, a sus familias. A sus pobres hijos. Ellos, que pensaban que sus papis eran unos honrados servidores del bien común y la democracia, ahora tienen que escuchar verdades por parte de las víctimas de sus políticas. Debe ser duro, sí, conocer que tu padre no es el héroe que decía ser, sino un villano que arruina la vida de la gente. Y, como no podía ser de otra forma en este país, les acusan de ser cómplices de ETA. La caverna mediática ya había soltado la liebre la semana pasada, y ayer mismo la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, hacía de altavoz de las insidias.
Y como estas cosas se le dan muy bien, pues ha sacado un rédito político inmenso con ellas, no podía faltar la inefable Rosa Díez quien, en su blog, confunde víctima con victimario y acusa de acosadores filoetarras a los activistas de la PAH. Parece que la estrategia de UPyD, a falta de políticas creíbles, es la de estar siempre presente en los medios, preferiblemente siendo trending topic en Twitter, a base de decir mamarrachadas cada dos por tres que incendien al personal. Ella, una antipolítica que sin embargo lleva toda la vida de un parlamento a otro, que no considera a su chiringuito “ni de izquierdas ni de derechas”, y sin embargo es la vedettte del TDT Party, y hasta el propio Ynestrillas (otro que tampoco es ni de izquierdas ni de derechas) pide el voto para ella. Yo propondría a todos los twitteros que, a la próxima provocación de los Díez, los Cantó o los Gorriarán, les respondiesen con la ignorancia y el silencio, que es lo que su demagogia populista se merece.
Capítulo aparte merecen, como siempre, los equidistantes, generalmente a sueldo de El País o de alguna fundación del PSOE. De repente se preocupan muchísimo por cuestiones de formalismo democrático, como hacían con Venezuela, y les inquieta que se pueda presionar a representantes legítimos del pueblo. A estos señores cabría responderles varias cosas, y lo haré a la gallega, con más preguntas:
- en primer lugar, si la democracia es simplemente un método para elegir a los gobernantes o conlleva unos contenidos materiales inalienables que conducen al bienestar de la población y garantizan el acuerdo social entre los gobernantes y los gobernados;
- en el caso de lo segundo, si es legítimo un gobierno que, si bien ha sido elegido según los cauces aceptados, aniquila esos contenidos materiales, acabando con ello con el acuerdo que le unía a su pueblo,
- y en este caso, por último, preguntaría a estos señores qué alternativa les ofrece a los activistas de la PAH una vez que los cauces institucionales se muestran completamente insuficientes e ineficaces. ¿Esperar a nuevas elecciones y mientras tanto quedarnos de brazos cruzados mientras nos quedamos si casa, sin cole, sin hospital, sin esperanzas?
Yo les ofrezco otra. Que continúen por el mismo camino. Que sigan denunciando a los que, con sus políticas criminales, nos llevan a la miseria. Que nos organicemos, para que cada vez seamos más.
Y que nos teman.


2 comentarios:

  1. Está muy bien. Para mí, falta una cuestión clave, el voto cada cuatro años es para formar un parlamento sin poderes reales, subordinado constitucionalmente al pago de la deuda de los especuladores, y que, por lo tanto, es una dictadura con todas las letras, no de generales trasnochados, sino de los mal llamados mercados. Los que habitan el parlamento no representan nada, merecen todo nuestro desprecio, no son políticos (organizadores de la espacios comunes), sino auténticos sicarios de los grandes propietarios. Su única función es tratar de mantener, a corto plazo, una tasa de ganancia imposible, irreal, fruto de sus sueños especulativos, que, no se corresponden en nada con la economía productiva real (y cada vez menos). En esta discordancia surge la llamada deuda, que no es más que la abismal diferencia entre previsión de beneficio y beneficio materializado. Pretenden resolver la ecuación sobre la base de aniquilar físicamente a la clase trabajadora, de privarles de sus medios de subsistencia, de destruir fuerzas productivas, de liberalizar sectores públicos ... Se trata por lo tanto de una devastadora guerra, una huida hacia delante que conduce al caos, a la barbarie, a la destrucción de todo signo de civilización. Pero, aun siendo así, siendo gente absolutamente despreciable, no dejan de ser actores secundarios de esta trágica comedia. Como decían Kortatu "no son monstruos extraordinarios, no les regalemos esa grandeza". Esta cita, según sus premisas me convierten, posiblemente, en un filoetarra, pero siguiendo con las citas, me apunto a aquella que entonaban los siniestro allá por los ochenta; antes punki que maricón de playa.

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  2. Está muy bien. Para mí, falta una cuestión clave, el voto cada cuatro años es para formar un parlamento sin poderes reales, subordinado constitucionalmente al pago de la deuda de los especuladores, y que, por lo tanto, es una dictadura con todas las letras, no de generales trasnochados, sino de los mal llamados mercados. Los que habitan el parlamento no representan nada, merecen todo nuestro desprecio, no son políticos (organizadores de los espacios comunes), sino auténticos sicarios de los grandes propietarios. Su única función es tratar de mantener, a corto plazo, una tasa de ganancia imposible, irreal, fruto de sus sueños especulativos, que, no se corresponden en nada con la economía productiva real (y cada vez menos). En esta discordancia surge la llamada deuda, que no es más que la abismal diferencia entre previsión de beneficio y beneficio materializado. Pretenden resolver la ecuación sobre la base de aniquilar físicamente a la clase trabajadora, de privarles de sus medios de subsistencia, de destruir fuerzas productivas, de liberalizar sectores públicos ... Se trata por lo tanto de una devastadora guerra, una huida hacia delante que conduce al caos, a la barbarie, a la destrucción de todo signo de civilización. Pero, aun siendo así, siendo gente absolutamente despreciable, no dejan de ser actores secundarios de esta trágica comedia. Como decían Kortatu "no son monstruos extraordinarios, no les regalemos esa grandeza". Esta cita, según sus premisas me convierten, posiblemente, en un filoetarra, pero siguiendo con las citas, me apunto a aquella que entonaban los siniestro allá por los ochenta; antes punki que maricón de playa.

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