“Los
nuestros se quejan por los cristales rotos.
En
todas partes hay gente idiota.”
Los
Ilegales, “Yo soy quien espía los
sueños de los niños”
Fue
en la década de los 90, en la Argentina, cuando empezó a utilizarse
la práctica del escrache como
método para combatir la impunidad. Durante el gobierno de Ménem, de
la dolarización, de los viajes de la clase media a Miami y del
indulto a los criminales de la dictadura, organizaciones de derechos
humanos y familiares de desaparecidos que se resistían a que las
atrocidades que los militares habían perpetrado en su país quedasen
impunes empezaron a señalar con el dedo a los responsables, y a
plantarse en las puertas de sus domicilios para hacer saber a todo el
vecindario que convivían con un criminal. Su objetivo fue abrir una
brecha en el silencio oficial impuesto por el gobierno, y reabrir los
juicios que éste había cerrado por la puerta de atrás con indultos
vergonzosos a los genocidas. Hay que decir que, como aquí, a los
activistas se les acusaba de casi todo, desde gamberros hasta
violentos, si bien el mayor dolor para ellos era chocar con la
indiferencia mayoritaria de una sociedad indolente a golpe de olvido
y burbujas monetarias que, sin saberlo, se encaminaba hacia el
abismo. Y hay que decir también que las armas de esos “violentos”
eran, como aquí, el ruido y la tenacidad. Compárenlas con las de
las “víctimas” de sus escraches: la picana eléctrica, los
fusiles, las mazmorras clandestinas y los aviones desde los que
arrojaban al océano los cuerpos mutilados de los desaparecidos. Hay
que añadir, por último, que su lucha pacífica e insistente ha dado
sus frutos en los años siguientes, cuando, bajo los gobiernos de los
Kirchner, los juicios se han reabierto y los genocidas han sido
condenados por sus atrocidades, el último de ellos, Reynaldo
Bignone, hace apenas dos semanas, a cadena perpetua por crímenes de
lesa humanidad.
Viene este breve recordatorio a cuento por la valiente
decisión de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de emplear la
táctica del escrache para forzar a los parlamentarios a poner fin a
la sangría de desahucios que azota nuestro país, y la polémica que
desde los medios de comunicación afines, ya no sólo al gobierno,
sino al régimen en su totalidad, se ha generado.
Que
en nuestro país, según ciertas estimaciones, se hayan construido
en la última década 4,6 millones de viviendas, y sin embargo
pudiera haber cerca de 6 millones de casas vacías al tiempo que,
desde finales de 2008, se hayan realizado casi medio millón de
ejecuciones hipotecarias, número que no para de crecer, pues se
realizan una media de 321 al día, no muestra más que la incapacidad
del sistema económico y político en su conjunto de satisfacer, no
ya un cierto cupo de bienestar, sino las necesidades básicas de la
población, y su irreversible agotamiento.
Las
políticas que han llevado a esta situación (en la que, además, hay
6 millones de desempleados y un índice de pobreza del 21,1%)
no pueden
considerarse más que de criminales, y es absolutamente legítimo
luchar contra ellas. Hay que añadir, y en esto no me extenderé
demasiado, que los partidos políticos que las han llevado a cabo,
primero el PSOE y actualmente el PP, se encuentran sumidos en
gravísimos casos de corrupción en los que se manejan cifras
astronómicas, y más aún si las comparamos con la precariedad en el
día a día a la que estos partidos, estando en el gobierno, someten
a una mayoría cada vez más creciente de la población, lo cual no
hace más que aumentar la indignación de los ciudadanos, y su
desprecio por sus gobernantes, sin duda merecido.
El escrache no hace otra cosa que señalar a los
culpables (o al menos, hasta ahora, a parte de ellos, porque de
momento los banqueros y los especuladores se van de rositas). Y eso
les duele. La democracia representativa, tal como fue diseñada para
nuestro país en la Transición desde Washington y Bonn, implicaba un
acuerdo entre las élites económicas y políticas que otorgase los
menores cauces posibles de participación a la población. Apenas el
de votar cada cuatro años a alguno de los dos partidos mayoritarios
financiados por esas mismas élites económicas para que se
alternasen en el poder sin que casi nada cambiase. Mientras tanto, la
mayoría de los representantes políticos se fueron convirtiendo en
una casta que trabajaba, no para el bien común, sino para satisfacer
los intereses de aquéllos que les pagaban, y bien. No hay más que
examinar la posterior carrera en el sector privado de los Martín
Villa, González, Acebes, Aznar, Zaplana, etc. para corroborar esa
afirmación. De pronto salir de esa burbuja de cristal y enfrentarse
con el pueblo sufriente que les escupe verdades a la cara debe de ser
realmente doloroso. Por eso ya han puesto en marcha todo el aparato
del Estado, que controlan, para frenar las protestas.
En primer lugar a la policía, por supuesto. En segundo
lugar, a los jueces. Denunciarán a diestro y siniestro, pretendiendo
que las multas asfixien, aún más, a los activistas. Sepultar las
protestas bajo una montaña de sanciones es una de las estrategias
que este gobierno lleva aplicando desde que llegó al poder. Y en
tercer lugar, cómo no, movilizando a su prensa, que ya está
haciendo lo que mejor se le da, es decir, arrojar toneladas de
infamias sobre todo aquél que ose levantarse contra el gobierno.
Tiran de todos los tópicos: se los compara, cómo no, con los nazis
(la originalidad no es lo suyo). Se les acusa de acosar a los
miembros del PP y, lo que es peor, a sus familias. A sus pobres
hijos. Ellos, que pensaban que sus papis eran unos honrados
servidores del bien común y la democracia, ahora tienen que escuchar
verdades por parte de las víctimas de sus políticas. Debe ser duro,
sí, conocer que tu padre no es el héroe que decía ser, sino un
villano que arruina la vida de la gente. Y, como no podía ser de
otra forma en este país, les acusan de ser cómplices de ETA. La
caverna mediática ya había soltado la liebre la semana pasada, y
ayer mismo la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes,
hacía de altavoz de las insidias.
Y
como estas cosas se le dan muy bien, pues ha sacado un rédito
político inmenso con ellas, no podía faltar la inefable Rosa Díez
quien, en su blog, confunde víctima con victimario y acusa de
acosadores filoetarras a los activistas de la PAH. Parece que la
estrategia de UPyD, a falta de políticas creíbles, es la de estar
siempre presente en los medios, preferiblemente siendo trending
topic en
Twitter, a base de decir mamarrachadas cada dos por tres que
incendien al personal. Ella, una antipolítica que sin embargo lleva
toda la vida de un parlamento a otro, que no considera a su
chiringuito “ni de izquierdas ni de derechas”, y sin embargo es
la vedettte del TDT Party,
y hasta el propio Ynestrillas (otro que tampoco es ni de izquierdas
ni de derechas) pide el voto para ella. Yo propondría a todos los
twitteros que, a la próxima provocación de los Díez, los Cantó o
los Gorriarán, les respondiesen con la ignorancia y el silencio, que
es lo que su demagogia populista se merece.
Capítulo
aparte merecen, como siempre, los equidistantes, generalmente a
sueldo de El País
o de alguna fundación del PSOE. De repente se preocupan muchísimo
por cuestiones de formalismo democrático, como hacían con
Venezuela, y les inquieta que se pueda presionar a representantes
legítimos del pueblo. A estos señores cabría responderles varias
cosas, y lo haré a la gallega, con más preguntas:
- en primer lugar, si la democracia es simplemente un
método para elegir a los gobernantes o conlleva unos contenidos
materiales inalienables que conducen al bienestar de la población y
garantizan el acuerdo social entre los gobernantes y los gobernados;
- en el caso de lo segundo, si es legítimo un gobierno
que, si bien ha sido elegido según los cauces aceptados, aniquila
esos contenidos materiales, acabando con ello con el acuerdo que le
unía a su pueblo,
- y en este caso, por último, preguntaría a estos
señores qué alternativa les ofrece a los activistas de la PAH una
vez que los cauces institucionales se muestran completamente
insuficientes e ineficaces. ¿Esperar a nuevas elecciones y mientras
tanto quedarnos de brazos cruzados mientras nos quedamos si casa, sin
cole, sin hospital, sin esperanzas?
Yo les ofrezco otra. Que continúen por el mismo camino.
Que sigan denunciando a los que, con sus políticas criminales, nos
llevan a la miseria. Que nos organicemos, para que cada vez seamos
más.
Y que nos teman.
Y que nos teman.
Está muy bien. Para mí, falta una cuestión clave, el voto cada cuatro años es para formar un parlamento sin poderes reales, subordinado constitucionalmente al pago de la deuda de los especuladores, y que, por lo tanto, es una dictadura con todas las letras, no de generales trasnochados, sino de los mal llamados mercados. Los que habitan el parlamento no representan nada, merecen todo nuestro desprecio, no son políticos (organizadores de la espacios comunes), sino auténticos sicarios de los grandes propietarios. Su única función es tratar de mantener, a corto plazo, una tasa de ganancia imposible, irreal, fruto de sus sueños especulativos, que, no se corresponden en nada con la economía productiva real (y cada vez menos). En esta discordancia surge la llamada deuda, que no es más que la abismal diferencia entre previsión de beneficio y beneficio materializado. Pretenden resolver la ecuación sobre la base de aniquilar físicamente a la clase trabajadora, de privarles de sus medios de subsistencia, de destruir fuerzas productivas, de liberalizar sectores públicos ... Se trata por lo tanto de una devastadora guerra, una huida hacia delante que conduce al caos, a la barbarie, a la destrucción de todo signo de civilización. Pero, aun siendo así, siendo gente absolutamente despreciable, no dejan de ser actores secundarios de esta trágica comedia. Como decían Kortatu "no son monstruos extraordinarios, no les regalemos esa grandeza". Esta cita, según sus premisas me convierten, posiblemente, en un filoetarra, pero siguiendo con las citas, me apunto a aquella que entonaban los siniestro allá por los ochenta; antes punki que maricón de playa.
ResponderEliminarEstá muy bien. Para mí, falta una cuestión clave, el voto cada cuatro años es para formar un parlamento sin poderes reales, subordinado constitucionalmente al pago de la deuda de los especuladores, y que, por lo tanto, es una dictadura con todas las letras, no de generales trasnochados, sino de los mal llamados mercados. Los que habitan el parlamento no representan nada, merecen todo nuestro desprecio, no son políticos (organizadores de los espacios comunes), sino auténticos sicarios de los grandes propietarios. Su única función es tratar de mantener, a corto plazo, una tasa de ganancia imposible, irreal, fruto de sus sueños especulativos, que, no se corresponden en nada con la economía productiva real (y cada vez menos). En esta discordancia surge la llamada deuda, que no es más que la abismal diferencia entre previsión de beneficio y beneficio materializado. Pretenden resolver la ecuación sobre la base de aniquilar físicamente a la clase trabajadora, de privarles de sus medios de subsistencia, de destruir fuerzas productivas, de liberalizar sectores públicos ... Se trata por lo tanto de una devastadora guerra, una huida hacia delante que conduce al caos, a la barbarie, a la destrucción de todo signo de civilización. Pero, aun siendo así, siendo gente absolutamente despreciable, no dejan de ser actores secundarios de esta trágica comedia. Como decían Kortatu "no son monstruos extraordinarios, no les regalemos esa grandeza". Esta cita, según sus premisas me convierten, posiblemente, en un filoetarra, pero siguiendo con las citas, me apunto a aquella que entonaban los siniestro allá por los ochenta; antes punki que maricón de playa.
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