Sonríe,
no vayan a espantarse
los inversores extranjeros.
La Arcadia perdida
El blog de Javier Alcolea
sábado, 30 de noviembre de 2013
sábado, 2 de noviembre de 2013
Döner Kebab
Ha sido un día
duro.
Faltó su hermano,
por la gripe,
y hemos tenido que
hacernos cargo
los dos de todo el
trabajo.
Muchos clientes esta
tarde,
pues es sábado,
demasiadas prisas, y
malas caras a veces;
son exigentes los
españoles,
y los nuestros no
han sido hoy
especialmente
amables.
Hubo un momento,
incluso, en que
la tensión
nos hizo estar a
punto
de perder los
papeles.
Por eso ha sido tan
intenso el amor
esta noche
en la oscuridad,
y se agradecen tanto
el roce
de la piel amada,
el silencio
compartido,
el último
cigarrillo a medias.
domingo, 13 de octubre de 2013
Otoños y sindicatos
Con la nueva entrada en escena de las masas en los años 70,
propiciada por la reconstrucción lenta y laboriosa en la
clandestinidad del movimiento obrero, y el agotamiento del modelo
dictatorial, las élites políticas y económicas del Régimen
buscaron nuevos medios para mantener sus privilegios y frenar las
peticiones populares, ante el evidente riesgo de desbordamiento. Así,
con la mano derecha impulsaron de nuevo el terrorismo de Estado para
someter y atemorizar a la población que llenaba las calles de
protestas, y con la mano izquierda cooptaba a los máximos dirigentes
de los partidos de la izquierda tradicional. El resultado de todo
esto fue un pacto de caballeros en el que se intentó quitar la voz y
la decisión al pueblo todo lo que se pudo. Más que una ruptura con
el antiguo orden, lo que ocurrió fue una continuación (la
“Transición”) en la que se incorporó a las viejas élites la
cúpula de la izquierda mayoritaria tradicional. Y a pesar de que se
consiguieron conquistas sociales y laborales importantes, el
resultado fue que, al incorporarse a un régimen corrupto, las
izquierdas institucionales acabaron corrompiéndose ellas mismas.
Éste es el caso de las dos grandes centrales sindicales de este
país, UGT y CCOO. Cooptadas primero sus cúpulas en los años de la
Transición, abandonaron todo intento transformador de la sociedad, y
se centraron en reivindicaciones que no fueran más allá del
estrecho marco del nuevo régimen, donde, eso sí, al principio se
consiguieron grandes conquistas. Con el paso del tiempo, las dos
centrales acentuaron su matiz institucional, y las viejas cúpulas
han ido siendo sustituidas por nuevos burócratas cada vez más
insertos dentro del aparato del Estado, hasta tal punto que, como por
desgracia podemos constatar, son hoy en día sus más firmes
defensores, y parecen dispuestos a acompañarle hasta el fondo en su
hundimiento, aun a riesgo de destruir las organizaciones que les dan de comer, y que con tanta sangre, sudor y lágrimas fueron levantadas por otros.
Como vamos viendo en el nauseabundo “caso de los EREs” en
Andalucía, los sobornos fueron el peaje a pagar durante muchos años
a una burocracia sindical carente de escrúpulos a cambio de su
inacción frente a la pérdida brutal de derechos que estaban
sufriendo los trabajadores a los cuales deberían representar y
defender. Pero no han sido el único. De dicho peaje ha formado parte
también gran parte de la financiación que, por parte del Estado,
han recibido los sindicatos, en forma de subvenciones, cursos de
formación, y un largo etcétera. Y lo más triste de todo es que
ahora que la oligarquía económica, en su salvaje ataque al
movimiento obrero, pretende llevarse por delante incluso a los que
hasta ahora les habían resultado fieles en su tarea de contención,
la respuesta de éstos es de desbandada general, desconcierto y más
mansedumbre, ante la indignación y el rechazo crecientes de cada vez
más capas de la población, en especial la más combativa, mucha de
la cual formaba parte de los propios sindicatos y los han ido
abandonando progresivamente, dejándolos así cada vez más en manos
de los burócratas y debilitando la resistencia interna.
Sin embargo, es urgente la tarea de reconquista de los sindicatos.
Sin ellos, las clases trabajadoras y populares se han quedado sin su
instrumento de lucha fundamental. Para ello es primordial exigir su total independencia con respecto al aparato del Estado, incluida la económica, pero también política e ideológica (hay que combatir el odioso "diálogo social" que, en la práctica no ha supuesto otra cosa que pérdida de derechos). Y hay que enfrentar a esa casta burocrática que ha florecido dentro de las centrales sindicales como hongos, y cuyos intereses no han sido otros que vivir de ellas y enchufar a familiares y amigos.
Hasta ahora, los otros
experimentos, desde el 15-M hasta las diversas mareas, a pesar de sus
innegables logros, su valentía y su capacidad de auto-organización,
han sido incapaces de establecer esa unidad estatal de las luchas que
los sindicatos, cuando se lo han propuesto, han conseguido. Lo triste
es que cada vez se lo proponen menos. Y mientras tanto, aquí
seguiremos, preparando el otoño caliente que no llega, o la
primavera, o lo que sea, pero caliente, porque en este país de los
mil demonios cada vez hace más frío.
lunes, 9 de septiembre de 2013
Empacho olímpico
Produce sonrojo que haya tenido que ser una institución tan opaca y
corrupta como el Comité Olímpico Internacional la responsable de
poner un poco de cordura en el inmenso desatino que suponía el hecho
de que una ciudad cuya deuda asciende a 7000 millones de euros,
capital de un país hundido en una gravísima crisis económica e
institucional, ahogado por la corrupción y sumido en un duro proceso
de descomposición social y territorial, se prestase a organizar unos
juegos olímpicos. Esa cordura que no han tenido ni el Partido
Socialista ni las cúpulas sindicales, pata izquierda de un régimen
que, en su particular huida hacia adelante, hacia ningún sitio, no
tiene otra que agarrarse a todo tipo de burbujas, inmobiliarias,
especulativas o propagandísticas de última hora para mantenerse en
pie aunque sea cojeando.
Que los grandes acontecimientos deportivos han servido en la mayoría
de los casos como inmensos espectáculos de propaganda de los
gobiernos que los han organizado es algo tan palmario y evidente que
no haría falta ni mencionarlo si no fuera porque, en el caso de la
candidatura de Madrid 2020, dicha evidencia ha alcanzado el cénit de
lo grotesco. La banda de gángsters que nos gobiernan se han agarrado
a ella como a un clavo ardiendo, no sólo por los beneficios
económicos que reportarían a sus amiguetes, sino sobre todo porque
necesitan urgentemente una burbuja con la que tener entretenida a la
prole mientras se destruyen sus derechos y sus condiciones de vida.
Los regímenes autoritarios, y el nuestro lo es cada vez más,
tienden a tirar, cuando carecen de legitimidad democrática, del
gregarismo más embrutecedor y elemental para someter a sus
poblaciones. El uso y abuso del deporte como espectáculo de masas es
uno de los más claros ejemplos de ello. Durante unos días,
políticos, empresarios y medios de comunicación, en perfecta
sintonía, han pretendido hacernos vivir en una burbuja que,
suponían, les iba a durar al menos siete años. Y no es sólo que,
muy probablemente, ellos mismos estaban convencidos de que la jugada
les saldría bien, sino que tenían comprometida en ella toda su
credibilidad política y social, dado que dicha credibilidad no la
pueden obtener por otros medios.
Decía Jean-Paul Sartre que la imagen que uno tiene de sí mismo se
forma a través de los demás. Por eso, durante las últimas semanas,
la euforia olímpica potenciada por el Poder se ha basado en una
suerte de autarquía mediática, muy al gusto de nuestra derecha, por
cierto, que ha intentado, de forma pueblerina, hacernos creer que
éramos los mejores lanzando mensajes intencionadamente falsos, y
creando falsas expectativas que sin duda no se correspondían con la
realidad. Pero el problema del solipsismo es que los demás existen.
Y una vez que nos hemos tenido que enfrentar a ellos, han puesto las
cosas en su sitio. Frente a la imagen deformada de
un todos unidos podemos
y de un país que con la mera ilusión iba a salir mañana
mismo de la crisis, el COI nos ha puesto de forma brusca frente al
espejo, y donde nos veíamos tan guapos aparece ahora el verdadero
rostro de nuestro país: una candidatura alentada por las
sanguijuelas que nos desangran día a día y presentada por una
comitiva hinchadísima formada por enchufados, corruptos, gañanes,
aristócratas y deportistas apesebrados, a la que, salvo los escasos
entusiastas reunidos borreguilmente en la Puerta de Alcalá, la
mayoría de la población ha respondido con desapego, indiferencia o
rechazo. Una vez rota la burbuja, descubrimos cómo nos ven los
demás: como un país ridículo incapaz de aprender de sus errores,
cuya clase gobernante, podrida, reparte cada vez menos pan y peor
circo entre una ciudadanía cada vez más desgastada que, ante la
falta de expectativas de cambio, opta cada vez más por el cinismo o
la huida en desbandada.
“España debe invertir sus recursos en materias más importantes
que unos juegos olímpicos”. Lo dijo un miembro del COI. Manda
narices.
viernes, 26 de julio de 2013
La casta periodística
Que la prensa no es ese cuarto
poder que defiende la mitología liberal, cuya tarea sería hacer
efectiva la libertad de expresión, y a través de ella, la búsqueda
de verdades molestas a los otros tres poderes, es algo tan obvio y
evidente hoy en día que casi no habría que darle más vueltas al
asunto, ni dedicarle ni una sola línea más, dados, por ejemplo, los
excelentes trabajos de Pascual Serrano o el documental “Cuartopoder”. Tal vez la polémica podría estribar en si, en su
conjunto, lo ha sido alguna vez. El autor de este blog, desde luego,
tiene sus reservas.
Resulta difícil calificar esta época, pero lo que está claro es
que a nadie con un mínimo de honestidad y, sobre todo, de cierta
perspicacia epistemológica, se le ocurriría emplear términos como
“progreso” o “ascenso” para definirla. Es, sin duda, un
tiempo sombrío, que autores a los que el que escribe estas líneas
admira, como Samir Amin o Xabier Arrizabalo, han definido como
“capitalismo senil”, o “capitalismo en su fase descendente”.
Sin embargo, si algo podemos agradecer a estos tiempos es que, en su
decadencia, se estén llevando por delante ciertos dogmas del
liberalismo que durante mucho tiempo se nos han presentado por el
Poder (con mayúsculas esta vez) como verdades irrefutables, y que
ahora se baten en retirada.
Como recuerdo decir a Julio Anguita en una conferencia de hace ya al
menos diez años, no existe la separación de poderes, sino que todos
ellos, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, obedecen al
unísono a un único poder, que no es otro que el de la oligarquía
económica (lo que la izquierda ha conocido siempre como
“burguesía”). Se tratarían, por tanto, de los diversos
tentáculos de un mismo pulpo. En lo que se refiere a los medios de
comunicación, se podrían considerar el tentáculo propagandístico,
y su función no sería ya la de desvelar ante la opinión pública
los tejemanejes del poder político, sino la mera reproducción
ideológica del sistema.
Tiene tan clara la oligarquía el papel de sus medios, que ni
siquiera los maneja como empresas cualquiera, en virtud de sus
beneficios económicos, sino que los mantiene a pesar de que resulten
tremendamente deficitarios. Y, como ocurre con los políticos,
alrededor de ellos se ha creado una casta,
cuya función principal ha consistido, desde la Transición hasta
nuestros días, en sacralizar al régimen, haciéndonos creer que
cualquier alternativa a él era, o bien imposible, o bien indeseable.
La irrupción de internet en
nuestras vidas abrió una quiebra en ese discurso monocorde. Desde
hace algo más de una década, uno puede asomarse a la red y no sólo
obtener informaciones y voces que hasta ahora los medios nos
hurtaban, sino que además puede volcar la suya propia. Sin embargo,
no conviene engañarse: por un lado, esa grieta que se ha abierto,
aunque importantísima, todavía es pequeña en comparación con el
muro aún inmenso de los mass media. Por
otro, la crisis de los medios tradicionales no se debe a la irrupción
de internet, o al menos no solamente, sino que coincide con la grave
crisis de legitimidad en que se encuentra el sistema económico y
político que ellos ayudaban a sustentar. Toda propaganda tiene sus
límites: en el caso de los medios de comunicación, la evidencia
ante los ojos de la mayoría de la población de que no buscan
informar, sino que obedecen a unos intereses que son, cada vez más,
hostiles a los de esa misma mayoría. Ocurre entonces una paradoja:
cuanto más necesitan la oligarquía económica y la “casta
política” dependiente de ella echar mano de sus medios afines ante
la falta de credibilidad democrática de sus políticas y sus abusos,
más grotescos se presentan éstos ante los ojos de una población
descreída a la que pretenden, de una forma cada vez más
transparente, tomar el pelo, y sin embargo, no pueden dejar de
cumplir con su función, pues la propaganda, unida a la represión,
son lo único que le queda para sostenerse en el poder a una clase
dominante incapaz ya de satisfacer las necesidades siquiera básicas
de capas cada vez mayores de la población.
Es en este momento de quiebra cuando
están apareciendo nuevos medios y nuevos periodistas que, ellos sí,
buscan desenmascarar los vericuetos del poder desde una perspectiva
independiente, cuando no abiertamente militante del lado de los que
hasta ahora no teníamos voz. De todos ellos, el autor de este blog se queda sin duda
con el joven profesor Pablo Iglesias, no sólo porque en sus
tertulias introduzca un nivel de calidad que contrasta sobremanera
con la pobreza general, sino además por la forma en que se ha colado
en los debates mainstream.
Hay quienes le critican por ello: es obvio que los medios de
comunicación le utilizan, por un lado, como vedette
mediática, y por otro les sirve
para darse un lavado de cara de pluralidad ideológica. Dudo mucho
que nuestro hombre no sea plenamente consciente de tales hechos. Por
otro lado, su propia presencia es síntoma evidente de que tal
pluralidad ideológica pasa ya necesariamente por incluir a gentes
que plantean una ruptura clara con un régimen ya agotado.
Por parte de quien escribe estas
líneas, decir que no puede evitar sentir una profunda satisfacción
cada vez que ve a Pablo Iglesias repartiendo mandobles teóricos a
cada uno de los miembros carcomidos de esa casta
periodística que ante sus
argumentos no son capaces de enfrentar más que gruñidos, mentiras
evidentes y malas maneras. Hasta tal punto han sido tratados durante
las tres últimas décadas como una casta aparte que en el momento en
que se les opone alguien que no comparte sus modos ni sus intereses y
les obliga a esforzarse se muestran, en toda su absoluta mediocridad
dialéctica y analítica, como lo que siempre han sido: tigres de
papel.
Cuenta Eduardo Galeano en el tercer
volumen de su epopeya Memoria del fuego -El siglo del
viento-, que a Eva Perón “no
es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el
pueblo humillado sino vengado con sus atavíos de reina”. Pues
igual nos sentimos muchos. No es que le perdonemos a Pablo Iglesias
su arrogancia, su egocentrismo y su chulería contra los Marhuenda,
Inda, Rojo y compañía, es que se los celebramos. Son nuestra
pequeña venganza. La otra, la grande, contra sus jefes, ya llegará.
martes, 16 de julio de 2013
Inventario del régimen
Los llamados papeles de Bárcenas
no son otra cosa que el inventario de lo que ha ocurrido en nuestro
país desde el advenimiento de la democracia. Dan al traste de golpe
con la teoría de las manzanas podridas y muestran no sólo que la
corrupción política y económica ha sido generalizada en la piel de
toro, sino que todo el modelo en el que se basó la forma de gobierno
salida de la Transición se ha aposentado sobre esas bases podridas
que ahora se desmoronan.
Esos papeles son el inventario de la
relación orgánica que la oligarquía económica guarda con el que
es, por naturaleza, su partido
político. Y son, también, el inventario de la ideología de la
derecha, como muy bien la resumió una vez el inefable y bronceado
Eduardo Zaplana: estamos en esto para forrarnos.
Todas esas cuentas parten de una
premisa fundamental: ya que los políticos, en las sociedades
capitalistas avanzadas, no son más que meros representantes del
poder económico, merecerían al menos una compensación por cargar
con todas las culpas y la ira de la opinión pública, dada su
desagradable función de cortafuegos entre dicha opinión pública,
alentada en su tarea de distracción por los medios de comunicación,
y el poder real. Los sobresueldos no son más que esa compensación.
Bárcenas es al PP lo que Urdangarín
a la corona: la prueba viva de que su corrupción no ha sido algo
accesorio, sino su característica esencial. Si su reacción no ha
sido pareja es porque, muy probablemente, el yernísimo aún espera
que su familia política, y todo el andamiaje que los sostiene, le
libre de la cárcel, mientras que el ex-tesorero, una vez ha
comprobado que los suyos han decidido sacrificarle en aras del bien
superior del partido, ha decidido aplicar la política de tierra
quemada, alentado sin duda por oscuros personajes cuyos intereses
sorprenden por su cortoplacismo y su falta de perspectivas.
Porque no se entiende muy bien en
qué beneficia a Esperanza Aguirre, por ejemplo, ni a Pedro J.
Ramírez, la voladura de su partido político. Es más que evidente
el ansia de poder de la lideresa,
pero resulta muy poco factible imaginarla como posible presidenta del
gobierno. Tiene demasiada porquería escondida debajo de la alfombra
como para suponer que, más temprano que tarde, no vaya a salpicarle
a ella una vez se ha desatado el ventilador. Lo mismo pasa con el
periodista, cuyo imperio se encuentra en grave crisis. Ya no son los
90, por más que intente de nuevo presentarse a sí mismo como el
gran investigador de las cloacas del Estado sin otro interés que la
verdad. Eso ya no cuela. Sin embargo, con semejantes personajes
presentándose a sí mismos como adalides de la justicia, no puede
dejar de haber algo que huela a chamusquina.
Mientras tanto, el gobierno pretende
sostenerse en su monolitismo, parapetado tras el ABC, Intereconomía
y La Razón, que, ellos sí, son plenamente conscientes de que la
ruptura de su partido dejaría un gravísimo vacío, no sólo en la
derecha, sino en el régimen en general. De ahí su defensa
numantina, que alcanza lo grotesco, de su líder político. Sin
embargo, ese monolitismo del que presumen Rajoy y los suyos no hace
más que agravar la erosión a ojos de los ciudadanos de todas las
instituciones surgidas tras el franquismo, y precipitan su
descomposición. Me van a perdonar las metáforas, pero es que este
país apesta a cadáver, a basura de hace un mes, a rata muerta, y
esto no se va ni con desodorante.
Es una situación paradójica la que
padecemos, pues, si es cierto, como sugiere El Diario, que Rajoy
hubiera incurrido en delitos que podrían llevarle a la cárcel, más
cerrado será su afán por mantenerse en el cargo con tal de
evitarla, y más dañada quedará su legitimidad, con lo cual, por
otro lado, más molesto les resultará en la presidencia a la Unión
Europea y a Washington, pues mayor será su dificultad para aplicar
las medidas de la troika, ya de por sí impopulares. Es por eso que
el caso Bárcenas ha desbaratado de repente el plan auspiciado por
las instituciones del capital financiero internacional, y que ya se
aplica en otros países, como Grecia o Italia: la creación de un
gobierno de salvación nacional
en el que colaboren mano a mano la derecha y los socialdemócratas.
De hecho, el PSOE y las cúpulas de los sindicatos ya habían dado
pasos para la formación, aunque fuera de tapadillo, de dicho
gobierno. El acuerdo entre Rubalcaba y Rajoy para la cumbre europea
de junio fue el último episodio de ese proceso. El estallido del
caso ha provocado la sorpresa del líder del PSOE, que se ha visto
obligado a romper lazos con el gobierno. Que no exija la convocatoria
de elecciones anticipadas, sino el mero reemplazo de Rajoy, es
síntoma evidente de que las decisiones del partido socialista no se
toman en Ferraz, sino en Bruselas. Sencillamente buscan otro
interlocutor con el cual negociar, una vez incapacitado completamente
el actual presidente, y así poder llevar a cabo con una cierta
legitimidad institucional -escasa, por otro lado- los planes de la
troika, como ocurre en Atenas o en Roma.
Es bochornoso, una vez más en la
historia de este país, el papel de la “izquierda”, de aquéllos
que se suponen representantes de los trabajadores. Tanto el PSOE
como los líderes sindicales no cumplen más que el papel de meros
espectadores en este drama en el cual el pueblo, descabezado, se
choca una y otra vez contra un muro en su lucha desesperada, mientras
que ellos nos observan impasibles desde la grada. En cuanto a IU, se
echa de menos un discurso mucho más coherente, a la altura de los
tiempos, y sobre todo una praxis acorde. No basta el mero cálculo
electoral, con la que está cayendo. No basta con la convocatoria de
elecciones; hay que ir más allá: hay que exigir la apertura de un
proceso constituyente que acabe de una vez por todas con este régimen
que nos conduce al desastre. Hay que ir en serio a por la república.
No es suficiente con ondear las banderas tricolor en las
manifestaciones: hay que romper con todas las instituciones que nos
atenazan, dentro y fuera de nuestro país. Ya está bien de
prorrogarlo. El momento es ahora.
O no será nunca.
viernes, 12 de julio de 2013
Sasemil
Adoro echarte de menos,
aunque, en tu ausencia,
abandone mi mente su cordura
y se adentre en oscuros bosques
donde abundan los trasgos,
aúllan hambrientos los lobos
y tras cada árbol yace un sepulcro
sin nombre,
pues es como volver a Ítaca tu cuerpo
al reencuentro,
un nuevo hogar, renacer incesante,
playa de fina arena que purifican
las olas, en su retirada,
horizonte eterno, ciega esperanza.
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