Con la nueva entrada en escena de las masas en los años 70,
propiciada por la reconstrucción lenta y laboriosa en la
clandestinidad del movimiento obrero, y el agotamiento del modelo
dictatorial, las élites políticas y económicas del Régimen
buscaron nuevos medios para mantener sus privilegios y frenar las
peticiones populares, ante el evidente riesgo de desbordamiento. Así,
con la mano derecha impulsaron de nuevo el terrorismo de Estado para
someter y atemorizar a la población que llenaba las calles de
protestas, y con la mano izquierda cooptaba a los máximos dirigentes
de los partidos de la izquierda tradicional. El resultado de todo
esto fue un pacto de caballeros en el que se intentó quitar la voz y
la decisión al pueblo todo lo que se pudo. Más que una ruptura con
el antiguo orden, lo que ocurrió fue una continuación (la
“Transición”) en la que se incorporó a las viejas élites la
cúpula de la izquierda mayoritaria tradicional. Y a pesar de que se
consiguieron conquistas sociales y laborales importantes, el
resultado fue que, al incorporarse a un régimen corrupto, las
izquierdas institucionales acabaron corrompiéndose ellas mismas.
Éste es el caso de las dos grandes centrales sindicales de este
país, UGT y CCOO. Cooptadas primero sus cúpulas en los años de la
Transición, abandonaron todo intento transformador de la sociedad, y
se centraron en reivindicaciones que no fueran más allá del
estrecho marco del nuevo régimen, donde, eso sí, al principio se
consiguieron grandes conquistas. Con el paso del tiempo, las dos
centrales acentuaron su matiz institucional, y las viejas cúpulas
han ido siendo sustituidas por nuevos burócratas cada vez más
insertos dentro del aparato del Estado, hasta tal punto que, como por
desgracia podemos constatar, son hoy en día sus más firmes
defensores, y parecen dispuestos a acompañarle hasta el fondo en su
hundimiento, aun a riesgo de destruir las organizaciones que les dan de comer, y que con tanta sangre, sudor y lágrimas fueron levantadas por otros.
Como vamos viendo en el nauseabundo “caso de los EREs” en
Andalucía, los sobornos fueron el peaje a pagar durante muchos años
a una burocracia sindical carente de escrúpulos a cambio de su
inacción frente a la pérdida brutal de derechos que estaban
sufriendo los trabajadores a los cuales deberían representar y
defender. Pero no han sido el único. De dicho peaje ha formado parte
también gran parte de la financiación que, por parte del Estado,
han recibido los sindicatos, en forma de subvenciones, cursos de
formación, y un largo etcétera. Y lo más triste de todo es que
ahora que la oligarquía económica, en su salvaje ataque al
movimiento obrero, pretende llevarse por delante incluso a los que
hasta ahora les habían resultado fieles en su tarea de contención,
la respuesta de éstos es de desbandada general, desconcierto y más
mansedumbre, ante la indignación y el rechazo crecientes de cada vez
más capas de la población, en especial la más combativa, mucha de
la cual formaba parte de los propios sindicatos y los han ido
abandonando progresivamente, dejándolos así cada vez más en manos
de los burócratas y debilitando la resistencia interna.
Sin embargo, es urgente la tarea de reconquista de los sindicatos.
Sin ellos, las clases trabajadoras y populares se han quedado sin su
instrumento de lucha fundamental. Para ello es primordial exigir su total independencia con respecto al aparato del Estado, incluida la económica, pero también política e ideológica (hay que combatir el odioso "diálogo social" que, en la práctica no ha supuesto otra cosa que pérdida de derechos). Y hay que enfrentar a esa casta burocrática que ha florecido dentro de las centrales sindicales como hongos, y cuyos intereses no han sido otros que vivir de ellas y enchufar a familiares y amigos.
Hasta ahora, los otros
experimentos, desde el 15-M hasta las diversas mareas, a pesar de sus
innegables logros, su valentía y su capacidad de auto-organización,
han sido incapaces de establecer esa unidad estatal de las luchas que
los sindicatos, cuando se lo han propuesto, han conseguido. Lo triste
es que cada vez se lo proponen menos. Y mientras tanto, aquí
seguiremos, preparando el otoño caliente que no llega, o la
primavera, o lo que sea, pero caliente, porque en este país de los
mil demonios cada vez hace más frío.
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