“Mañana
para los jóvenes los poetas explotando como bombas,
los paseos por el lago, las semanas de perfecta comunión;
Mañana las carreras de bicicletas
por los suburbios las tardes de verano. Pero hoy la lucha.”
los paseos por el lago, las semanas de perfecta comunión;
Mañana las carreras de bicicletas
por los suburbios las tardes de verano. Pero hoy la lucha.”
W.
H. Auden, “Spain” (1937)
Nicolás
Maduro, el candidato socialista, ha ganado las elecciones
presidenciales de Venezuela. Según los numerosos observadores
internacionales desplegados en el país sudamericano, entre los que
se encontraba una delegación española formada por miembros de los
partidos PP, PSOE, IU, CiU y PNV, así como el embajador de nuestro
país en Venezuela y el ex-presidente del Congreso de los Diputados
José Bono, el resultado electoral ha sido fiable. Lo asegura
también, por ejemplo, la Fundación Jimmy Carter, que ha estado
presente en más de un proceso electoral venezolano, y siempre ha
expresado su conformidad con los cauces en que las diversas
elecciones y referendos han tenido lugar en ese país.
Cabe
decir, entonces, que desde una perspectiva procedimental, Nicolás
Maduro es legítimamente el presidente de Venezuela. Y dado que
apenas han transcurrido un par de días desde su elección, no cabe
apelar aún a ninguna otra perspectiva.
Su
victoria, sin embargo, ha sido ajustadísima: apenas trescientos mil
votos y algo más de un punto porcentual le separan del candidato
opositor, Henrique Capriles. Cabría hacer una análisis muy sosegado
de por qué, en apenas seis meses, casi dos millones de votos se han
trasvasado del socialismo a la oposición. Habría que hacer una
severísima autocrítica en total libertad, e intentar plantear
soluciones que atajen cuanto antes con los graves problemas que
azotan a Venezuela: la delincuencia, la corrupción y las inminentes
consecuencias de la crisis económica mundial, y comprender que
mientras al menos las dos primeras existan, no es concebible un
proyecto socialista creíble. Al menos mucha gente lo ha visto así.
Sería necesario intentar recuperar a esos votantes que esta vez se
han dejado encantar por los cantos de sirena de la derecha, mientras
ésta mostraba su cara más amable. Sin embargo, y por desgracia, la
serenidad del debate, absolutamente necesario, habrá de posponerse
hasta mañana, porque hoy, hoy toca la lucha.
La
oligarquía venezolana, apoyada por sus fuerzas de choque, ha
sembrado el crimen y el horror desde el mismo minuto en que se
conocieron los resultados. Ocho militantes socialistas han sido
asesinados hasta el momento, se han incendiado centros de salud,
locales del partido socialista, incluso con gente dentro, y se han
cometido decenas de sabotajes y agresiones a simpatizantes del PSUV.
La derecha venezolana ha mostrado cuál es su verdadero rostro: el
rostro del fascismo, el rostro del caos y la destrucción. Los
ataques han mostrado además el carácter profundamente clasista de
la oligarquía: han apuntado a emblemas del poder popular, a los
logros más evidentes del gobierno socialista en favor de las clases
más desfavorecidas: centros de salud donde colaboran médicos
cubanos, sedes del partido, emisoras de radio populares... y han
demostrado hasta qué punto tienen consciencia tanto unos como los
otros de que lo que se libra en Venezuela no es otra cosa que la
lucha de clases en su nivel más descarnado. En sólo dos días han
demostrado su verdadero proyecto político, más allá de los
hermosos eslóganes de la campaña electoral, y no es otro que el de
Pinochet en Chile en 1973: la aniquilación completa del movimiento
obrero y popular.
No
cabe más que pensar que, tal como advertía el propio Nicolás
Maduro días antes de las elecciones, todo forma parte de un plan
preconcebido desde tiempo atrás. No reconocer el resultado de las
elecciones no ha sido más que el primer paso. La constitución
venezolana reconoce cauces democráticos para la impugnación de los
resultados. Sin embargo, el opositor Capriles (quien, por cierto,
participó activamente en el intento de golpe de Estado de 2002
contra Chávez), no ha hecho uso de ellos hasta casi cuatro días
después y, según parece, sus supuestas pruebas no son más que agua
de borrajas. Por otro lado, se realizó una auditoría sobre el 56 %
de los votos sin que se detectase ni una sola anomalía. Tampoco los
observadores internacionales protestaron. Pero los derechistas
venezolanos no están solos en su intento de desestabilizar el país
y tomar el poder por la fuerza. Cuentan, cómo no, con la inestimable
ayuda del amigo americano, que se niega a reconocer los resultados.
Cómo no, también, con los burócratas de la Unión Europea,
empeñados en aniquilar los derechos sociales y laborales tanto
dentro de sus fronteras como fuera de ellas. Y también, cómo no,
con el apoyo de la prensa nacional y extranjera, siempre dispuesta a
tergiversar, manipular y ocultar datos, cuando no directamente a
mentir y falsear descaradamente la verdad. Desde al menos el intento
de golpe de Estado de 2002, ampliamente celebrado por nuestra prensa
patria, sabemos que ésta no es ya sólo mercenaria o servil, sino
cómplice cuando no directamente criminal. Y luego están también
los tontos útiles, entre los que destacan el Gran Wyoming y su
programa El Intermedio, cuya manipulación consiste en contar las
cosas a medias. Son esa izquierda divina que prefiere a mil Allendes
muertos antes que a un solo Maduro vivo. Cuanto más evidentes se
muestran los bloques en conflicto, más se enrocan ellos en un
equidistante término medio cada vez más inexistente, salvo en sus
ensoñaciones y sus engaños. Su referente político sigue siendo el
PSOE, fíjense. Con la que está cayendo, y con el ejemplo de los
socialdemócratas griegos o el de los venezolanos.
Pero
ya no hay término medio. La oligarquía económica va a por todas,
en Atenas, en Caracas o en Madrid. En Grecia es Syriza o el fascismo,
directamente a través de las hordas negras de Amanecer Dorado, que
no paran de ganar adeptos, o bien con el ropaje de un gobierno cada
vez más inclinado a la derecha. En Caracas, la disyuntiva es entre
Venezuela o Chile. Socialismo o barbarie. Parece ser que en los
barrios populares las autodefensas ya se han empezado a organizar.
Parecen tener fresca la memoria y aún recuerdan las jornadas de
abril de 2002. Como entonces, esperan rechazar el golpismo por medio
de una alianza entre el poder popular y los sectores leales de las
fuerzas armadas, que parecen ser mayoritarios. Esperemos que sea así.
Los
hay que aún creemos en el socialismo, no como un mero cambio en el
modelo económico, sino como un proyecto emancipador, capaz de
explotar lo mejor de cada ser humano en paz y en libertad. Confiamos
en un socialismo distinto al estalinista. En Venezuela, ese
socialismo aún está muy verde, a pesar de los años en el gobierno.
Sin embargo, sólo profundizando en el socialismo podrá derrotarse
definitivamente el fascismo en Venezuela. El aparente repliegue de
Capriles parece más bien un paso táctico; el enemigo permanece al
acecho. Ya lo saben bien los venezolanos; muchos se habrán
arrepentido y mucho de haber cambiado su voto. Como ya sabrán los
socialistas venezolanos, es necesario recuperarlos para el campo
popular, y como ya sabrán también, es necesario no ceder ni un
ápice, rechazar cualquier alianza con la oligarquía y ahondar en
las medidas socialistas. Tal vez éste sea un buen momento para hacerlo.
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