jueves, 18 de abril de 2013

Venezuela o Chile

Mañana para los jóvenes los poetas explotando como bombas,
los paseos por el lago, las semanas de perfecta comunión;
Mañana las carreras de bicicletas
por los suburbios las tardes de verano. Pero hoy la lucha.”
W. H. Auden, “Spain” (1937)


Nicolás Maduro, el candidato socialista, ha ganado las elecciones presidenciales de Venezuela. Según los numerosos observadores internacionales desplegados en el país sudamericano, entre los que se encontraba una delegación española formada por miembros de los partidos PP, PSOE, IU, CiU y PNV, así como el embajador de nuestro país en Venezuela y el ex-presidente del Congreso de los Diputados José Bono, el resultado electoral ha sido fiable. Lo asegura también, por ejemplo, la Fundación Jimmy Carter, que ha estado presente en más de un proceso electoral venezolano, y siempre ha expresado su conformidad con los cauces en que las diversas elecciones y referendos han tenido lugar en ese país.
Cabe decir, entonces, que desde una perspectiva procedimental, Nicolás Maduro es legítimamente el presidente de Venezuela. Y dado que apenas han transcurrido un par de días desde su elección, no cabe apelar aún a ninguna otra perspectiva.
Su victoria, sin embargo, ha sido ajustadísima: apenas trescientos mil votos y algo más de un punto porcentual le separan del candidato opositor, Henrique Capriles. Cabría hacer una análisis muy sosegado de por qué, en apenas seis meses, casi dos millones de votos se han trasvasado del socialismo a la oposición. Habría que hacer una severísima autocrítica en total libertad, e intentar plantear soluciones que atajen cuanto antes con los graves problemas que azotan a Venezuela: la delincuencia, la corrupción y las inminentes consecuencias de la crisis económica mundial, y comprender que mientras al menos las dos primeras existan, no es concebible un proyecto socialista creíble. Al menos mucha gente lo ha visto así. Sería necesario intentar recuperar a esos votantes que esta vez se han dejado encantar por los cantos de sirena de la derecha, mientras ésta mostraba su cara más amable. Sin embargo, y por desgracia, la serenidad del debate, absolutamente necesario, habrá de posponerse hasta mañana, porque hoy, hoy toca la lucha.
La oligarquía venezolana, apoyada por sus fuerzas de choque, ha sembrado el crimen y el horror desde el mismo minuto en que se conocieron los resultados. Ocho militantes socialistas han sido asesinados hasta el momento, se han incendiado centros de salud, locales del partido socialista, incluso con gente dentro, y se han cometido decenas de sabotajes y agresiones a simpatizantes del PSUV. La derecha venezolana ha mostrado cuál es su verdadero rostro: el rostro del fascismo, el rostro del caos y la destrucción. Los ataques han mostrado además el carácter profundamente clasista de la oligarquía: han apuntado a emblemas del poder popular, a los logros más evidentes del gobierno socialista en favor de las clases más desfavorecidas: centros de salud donde colaboran médicos cubanos, sedes del partido, emisoras de radio populares... y han demostrado hasta qué punto tienen consciencia tanto unos como los otros de que lo que se libra en Venezuela no es otra cosa que la lucha de clases en su nivel más descarnado. En sólo dos días han demostrado su verdadero proyecto político, más allá de los hermosos eslóganes de la campaña electoral, y no es otro que el de Pinochet en Chile en 1973: la aniquilación completa del movimiento obrero y popular.
No cabe más que pensar que, tal como advertía el propio Nicolás Maduro días antes de las elecciones, todo forma parte de un plan preconcebido desde tiempo atrás. No reconocer el resultado de las elecciones no ha sido más que el primer paso. La constitución venezolana reconoce cauces democráticos para la impugnación de los resultados. Sin embargo, el opositor Capriles (quien, por cierto, participó activamente en el intento de golpe de Estado de 2002 contra Chávez), no ha hecho uso de ellos hasta casi cuatro días después y, según parece, sus supuestas pruebas no son más que agua de borrajas. Por otro lado, se realizó una auditoría sobre el 56 % de los votos sin que se detectase ni una sola anomalía. Tampoco los observadores internacionales protestaron. Pero los derechistas venezolanos no están solos en su intento de desestabilizar el país y tomar el poder por la fuerza. Cuentan, cómo no, con la inestimable ayuda del amigo americano, que se niega a reconocer los resultados. Cómo no, también, con los burócratas de la Unión Europea, empeñados en aniquilar los derechos sociales y laborales tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas. Y también, cómo no, con el apoyo de la prensa nacional y extranjera, siempre dispuesta a tergiversar, manipular y ocultar datos, cuando no directamente a mentir y falsear descaradamente la verdad. Desde al menos el intento de golpe de Estado de 2002, ampliamente celebrado por nuestra prensa patria, sabemos que ésta no es ya sólo mercenaria o servil, sino cómplice cuando no directamente criminal. Y luego están también los tontos útiles, entre los que destacan el Gran Wyoming y su programa El Intermedio, cuya manipulación consiste en contar las cosas a medias. Son esa izquierda divina que prefiere a mil Allendes muertos antes que a un solo Maduro vivo. Cuanto más evidentes se muestran los bloques en conflicto, más se enrocan ellos en un equidistante término medio cada vez más inexistente, salvo en sus ensoñaciones y sus engaños. Su referente político sigue siendo el PSOE, fíjense. Con la que está cayendo, y con el ejemplo de los socialdemócratas griegos o el de los venezolanos.
Pero ya no hay término medio. La oligarquía económica va a por todas, en Atenas, en Caracas o en Madrid. En Grecia es Syriza o el fascismo, directamente a través de las hordas negras de Amanecer Dorado, que no paran de ganar adeptos, o bien con el ropaje de un gobierno cada vez más inclinado a la derecha. En Caracas, la disyuntiva es entre Venezuela o Chile. Socialismo o barbarie. Parece ser que en los barrios populares las autodefensas ya se han empezado a organizar. Parecen tener fresca la memoria y aún recuerdan las jornadas de abril de 2002. Como entonces, esperan rechazar el golpismo por medio de una alianza entre el poder popular y los sectores leales de las fuerzas armadas, que parecen ser mayoritarios. Esperemos que sea así.
Los hay que aún creemos en el socialismo, no como un mero cambio en el modelo económico, sino como un proyecto emancipador, capaz de explotar lo mejor de cada ser humano en paz y en libertad. Confiamos en un socialismo distinto al estalinista. En Venezuela, ese socialismo aún está muy verde, a pesar de los años en el gobierno. Sin embargo, sólo profundizando en el socialismo podrá derrotarse definitivamente el fascismo en Venezuela. El aparente repliegue de Capriles parece más bien un paso táctico; el enemigo permanece al acecho. Ya lo saben bien los venezolanos; muchos se habrán arrepentido y mucho de haber cambiado su voto. Como ya sabrán los socialistas venezolanos, es necesario recuperarlos para el campo popular, y como ya sabrán también, es necesario no ceder ni un ápice, rechazar cualquier alianza con la oligarquía y ahondar en las medidas socialistas.  Tal vez éste sea un buen momento para hacerlo.

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