La revista Portal del Sur me hizo una entrevista hace un par de meses acerca de mi novela, y sale hoy en sus ediciones digital y en papel.
Podéis leerla pinchando aquí.
miércoles, 27 de marzo de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
Adelante con los escraches
“Los
nuestros se quejan por los cristales rotos.
En
todas partes hay gente idiota.”
Los
Ilegales, “Yo soy quien espía los
sueños de los niños”
Fue
en la década de los 90, en la Argentina, cuando empezó a utilizarse
la práctica del escrache como
método para combatir la impunidad. Durante el gobierno de Ménem, de
la dolarización, de los viajes de la clase media a Miami y del
indulto a los criminales de la dictadura, organizaciones de derechos
humanos y familiares de desaparecidos que se resistían a que las
atrocidades que los militares habían perpetrado en su país quedasen
impunes empezaron a señalar con el dedo a los responsables, y a
plantarse en las puertas de sus domicilios para hacer saber a todo el
vecindario que convivían con un criminal. Su objetivo fue abrir una
brecha en el silencio oficial impuesto por el gobierno, y reabrir los
juicios que éste había cerrado por la puerta de atrás con indultos
vergonzosos a los genocidas. Hay que decir que, como aquí, a los
activistas se les acusaba de casi todo, desde gamberros hasta
violentos, si bien el mayor dolor para ellos era chocar con la
indiferencia mayoritaria de una sociedad indolente a golpe de olvido
y burbujas monetarias que, sin saberlo, se encaminaba hacia el
abismo. Y hay que decir también que las armas de esos “violentos”
eran, como aquí, el ruido y la tenacidad. Compárenlas con las de
las “víctimas” de sus escraches: la picana eléctrica, los
fusiles, las mazmorras clandestinas y los aviones desde los que
arrojaban al océano los cuerpos mutilados de los desaparecidos. Hay
que añadir, por último, que su lucha pacífica e insistente ha dado
sus frutos en los años siguientes, cuando, bajo los gobiernos de los
Kirchner, los juicios se han reabierto y los genocidas han sido
condenados por sus atrocidades, el último de ellos, Reynaldo
Bignone, hace apenas dos semanas, a cadena perpetua por crímenes de
lesa humanidad.
Viene este breve recordatorio a cuento por la valiente
decisión de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de emplear la
táctica del escrache para forzar a los parlamentarios a poner fin a
la sangría de desahucios que azota nuestro país, y la polémica que
desde los medios de comunicación afines, ya no sólo al gobierno,
sino al régimen en su totalidad, se ha generado.
Que
en nuestro país, según ciertas estimaciones, se hayan construido
en la última década 4,6 millones de viviendas, y sin embargo
pudiera haber cerca de 6 millones de casas vacías al tiempo que,
desde finales de 2008, se hayan realizado casi medio millón de
ejecuciones hipotecarias, número que no para de crecer, pues se
realizan una media de 321 al día, no muestra más que la incapacidad
del sistema económico y político en su conjunto de satisfacer, no
ya un cierto cupo de bienestar, sino las necesidades básicas de la
población, y su irreversible agotamiento.
Las
políticas que han llevado a esta situación (en la que, además, hay
6 millones de desempleados y un índice de pobreza del 21,1%)
no pueden
considerarse más que de criminales, y es absolutamente legítimo
luchar contra ellas. Hay que añadir, y en esto no me extenderé
demasiado, que los partidos políticos que las han llevado a cabo,
primero el PSOE y actualmente el PP, se encuentran sumidos en
gravísimos casos de corrupción en los que se manejan cifras
astronómicas, y más aún si las comparamos con la precariedad en el
día a día a la que estos partidos, estando en el gobierno, someten
a una mayoría cada vez más creciente de la población, lo cual no
hace más que aumentar la indignación de los ciudadanos, y su
desprecio por sus gobernantes, sin duda merecido.
El escrache no hace otra cosa que señalar a los
culpables (o al menos, hasta ahora, a parte de ellos, porque de
momento los banqueros y los especuladores se van de rositas). Y eso
les duele. La democracia representativa, tal como fue diseñada para
nuestro país en la Transición desde Washington y Bonn, implicaba un
acuerdo entre las élites económicas y políticas que otorgase los
menores cauces posibles de participación a la población. Apenas el
de votar cada cuatro años a alguno de los dos partidos mayoritarios
financiados por esas mismas élites económicas para que se
alternasen en el poder sin que casi nada cambiase. Mientras tanto, la
mayoría de los representantes políticos se fueron convirtiendo en
una casta que trabajaba, no para el bien común, sino para satisfacer
los intereses de aquéllos que les pagaban, y bien. No hay más que
examinar la posterior carrera en el sector privado de los Martín
Villa, González, Acebes, Aznar, Zaplana, etc. para corroborar esa
afirmación. De pronto salir de esa burbuja de cristal y enfrentarse
con el pueblo sufriente que les escupe verdades a la cara debe de ser
realmente doloroso. Por eso ya han puesto en marcha todo el aparato
del Estado, que controlan, para frenar las protestas.
En primer lugar a la policía, por supuesto. En segundo
lugar, a los jueces. Denunciarán a diestro y siniestro, pretendiendo
que las multas asfixien, aún más, a los activistas. Sepultar las
protestas bajo una montaña de sanciones es una de las estrategias
que este gobierno lleva aplicando desde que llegó al poder. Y en
tercer lugar, cómo no, movilizando a su prensa, que ya está
haciendo lo que mejor se le da, es decir, arrojar toneladas de
infamias sobre todo aquél que ose levantarse contra el gobierno.
Tiran de todos los tópicos: se los compara, cómo no, con los nazis
(la originalidad no es lo suyo). Se les acusa de acosar a los
miembros del PP y, lo que es peor, a sus familias. A sus pobres
hijos. Ellos, que pensaban que sus papis eran unos honrados
servidores del bien común y la democracia, ahora tienen que escuchar
verdades por parte de las víctimas de sus políticas. Debe ser duro,
sí, conocer que tu padre no es el héroe que decía ser, sino un
villano que arruina la vida de la gente. Y, como no podía ser de
otra forma en este país, les acusan de ser cómplices de ETA. La
caverna mediática ya había soltado la liebre la semana pasada, y
ayer mismo la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes,
hacía de altavoz de las insidias.
Y
como estas cosas se le dan muy bien, pues ha sacado un rédito
político inmenso con ellas, no podía faltar la inefable Rosa Díez
quien, en su blog, confunde víctima con victimario y acusa de
acosadores filoetarras a los activistas de la PAH. Parece que la
estrategia de UPyD, a falta de políticas creíbles, es la de estar
siempre presente en los medios, preferiblemente siendo trending
topic en
Twitter, a base de decir mamarrachadas cada dos por tres que
incendien al personal. Ella, una antipolítica que sin embargo lleva
toda la vida de un parlamento a otro, que no considera a su
chiringuito “ni de izquierdas ni de derechas”, y sin embargo es
la vedettte del TDT Party,
y hasta el propio Ynestrillas (otro que tampoco es ni de izquierdas
ni de derechas) pide el voto para ella. Yo propondría a todos los
twitteros que, a la próxima provocación de los Díez, los Cantó o
los Gorriarán, les respondiesen con la ignorancia y el silencio, que
es lo que su demagogia populista se merece.
Capítulo
aparte merecen, como siempre, los equidistantes, generalmente a
sueldo de El País
o de alguna fundación del PSOE. De repente se preocupan muchísimo
por cuestiones de formalismo democrático, como hacían con
Venezuela, y les inquieta que se pueda presionar a representantes
legítimos del pueblo. A estos señores cabría responderles varias
cosas, y lo haré a la gallega, con más preguntas:
- en primer lugar, si la democracia es simplemente un
método para elegir a los gobernantes o conlleva unos contenidos
materiales inalienables que conducen al bienestar de la población y
garantizan el acuerdo social entre los gobernantes y los gobernados;
- en el caso de lo segundo, si es legítimo un gobierno
que, si bien ha sido elegido según los cauces aceptados, aniquila
esos contenidos materiales, acabando con ello con el acuerdo que le
unía a su pueblo,
- y en este caso, por último, preguntaría a estos
señores qué alternativa les ofrece a los activistas de la PAH una
vez que los cauces institucionales se muestran completamente
insuficientes e ineficaces. ¿Esperar a nuevas elecciones y mientras
tanto quedarnos de brazos cruzados mientras nos quedamos si casa, sin
cole, sin hospital, sin esperanzas?
Yo les ofrezco otra. Que continúen por el mismo camino.
Que sigan denunciando a los que, con sus políticas criminales, nos
llevan a la miseria. Que nos organicemos, para que cada vez seamos
más.
Y que nos teman.
Y que nos teman.
jueves, 21 de marzo de 2013
Día mundial de la poesía (pequeña contribución)
Calella
Como
de una mina, he extraído
de
ti duros diamantes, turquesas,
alabastro
y oscuro ónice.
Las
paredes de esta habitación,
ya
oscuras, pero por el día
blancas
como la espuma del mar,
fueron
solemnes testigos del tan
arduo
trabajo de nuestro amor.
Suave
seda, exquisitas perlas,
fue
a menudo, mas también cumbre
escarpada,
silencio de polvo
seco,
inalcanzable orilla.
Yace
ahora tranquila, duerme,
amor,
que esta noche las hormigas
del
cuarto de baño no osarán
profanar
este sagrado templo.
viernes, 8 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
Hasta siempre, comandante
Esta
mañana, antes de entrar en clase, un compañero ha dado con la clave
de todo el embrollo en el que los medios de persuasión (como
acertadamente los denomina Vicenç Navarro) llevan metiéndonos a los
europeos en general, y a los españoles en especial, acerca de la
revolución bolivariana: “un gobierno que es mal visto por los de
fuera, pero bien visto por los de dentro, no puede ser malo”, ha
afirmado, y lo ha contrapuesto con el nuestro, “que es bien visto
por Europa, pero mal visto por nosotros”. Sorprende lo sencilla que
puede ser a veces la verdad y, dado que es así, la derecha, en
general, y sus cómplices, así como tontos útiles y meapilas
“progres” varios, se han empeñado de mil maneras, hasta llegar
al más puro barroquismo, en intentar ocultárnosla con una
obstinación supina.
Sin
embargo, si por un momento nos volviésemos un poquito modestos (si
es que la depresión económica no nos ha bajado aún lo bastante los
humos) podríamos advertir fácilmente que, mientras el viejo
continente se hunde en el abismo, América Latina se torna
efervescente y viva.
Hugo
Chávez ha sido criticado por todo, y por casi todos. Que lo haga la
derecha es normal: esta derecha cada vez más cavernícola que
sufrimos. Que lo haga la supuesta izquierda, sin embargo, resulta
repugnante. Conviene recordar al Gran Wyoming, por ejemplo, ya que
tanto le gusta repetirlo, que cuando Chávez intentó su golpe de
Estado lo hizo contra un gobierno que, tres años antes, tras el
Caracazo, había ordenado asesinar a miles de venezolanos que
protestaban contra un aumento de las tarifas del transporte. El
principal responsable de esa matanza, por cierto, es amigo personal
de Felipe González, y su partido fue miembro de la Internacional
Socialista, ese nido de víboras del que formaron parte también
hasta su derrocamiento demócratas de toda la vida como Ben Alí y
Mubarak, y cuya presidencia ostenta actualmente otro fenómeno, el
griego Papandreu.
Si uno
se molesta en informarse más allá de la prensa española, podrá
advertir que en Venezuela ha habido 17 procesos electorales desde que
Chávez llegó al poder, entre referendos, presidenciales,
legislativas y municipales. De todos ellos, Chávez perdió el
referéndum de diciembre de 2007, y en vez de sacar los tanques a la
calle, aceptó la derrota. Quien sí sacó los tanques a la calle,
por cierto, fue la oposición, en abril de 2002, y en el breve
reinado del golpista Pedro Carmona, presidente de la patronal, fue el
único tiempo en que los derechos de los venezolanos fueron
suspendidos. Aquí es, entonces, cuando alguno afirmará, como se ha
hecho tantas veces, que “Hitler también llegó al poder por las
urnas”. Ahora bien, si reducimos este argumento al absurdo,
cualquiera que haya llegado al poder por medio de un sufragio
universal podría ser de inmediato comparado con el tirano alemán,
así que como argumento vale poco, aunque a los débiles mentales les
sirva.
Algunos
meapilas se quejaban de Chávez porque era ridículo y llevaban
chándales absurdos, o por sus salidas de tono. A lo mejor
prefieren a Obama, porque es guapo y habla bien, aunque su país esté
al borde de la quiebra, y ahora, en vez de encarcelar a presuntos
terroristas en el campo de concentración de Guantánamo, los elimine
directamente con los drones, así como a centenares de inocentes,
entre ellos niños.
Se
quejaban también de su programa, “Aló presidente”, y lo
consideraban “populista”. Eso en un país como el nuestro, en el
que los políticos no salen ni a tiros a dar explicaciones a los
ciudadanos de las barrabasadas a que nos someten, y mucho menos en
directo ante millones de espectadores. Para los meapilas, dirigirse a
su pueblo por televisión semanalmente en directo es “populista”.
Para mí, es simple y llanamente transparencia.
Hay
que decir que la pobreza ha descendido más de un 20% durante su
mandato, y la pobreza extrema ha caído del 25% al 7%. El índice de
desempleo en Venezuela es actualmente del 5,9%, es decir, inferior al
de casi cualquier país de la Unión Europea, y casi 21 puntos menor
al de nuestro país.
Y sin
embargo, para la derecha y los medios de comunicación fue un
“dictador”. Arguyen una supuesta persecución a la prensa, y sin
embargo, en Venezuela más de tres cuartas partes de los medios son
contrarios al gobierno. También un cierre del canal RCTV que no fue
real, pues la cadena, que participó activamente en el golpe de
Estado contra Chávez, siguió emitiendo libremente a través de
internet. Dicen también que, con él, la sociedad ha estado
polarizada, y a este respecto hay que comentar varias cosas:
- la
primera, que, por definición, todas las sociedades históricas lo
están. Existen en ellas dominantes y dominados, explotadores y
explotados;
- es
curioso que la derecha y los medios de comunicación sólo hablen de
“polarización” cuando gobierna la izquierda (la de verdad).
Habría que preguntarse si tal “polarización” no se debe en
Venezuela a la hostilidad de la vieja oligarquía, que es incapaz de
reconocer el resultado de las urnas una y otra vez, y se resiste a
perder sus infames privilegios. Para ellos no habrá polarización
más que cuando los pobres y la clase trabajadora se sometan y
agachen la cabeza. Mientras éstos pretendan reivindicar su dignidad,
para los medios de persuasión habrá “polarización”.
Si no
fuésemos tan cínicos, ni estuviese tan agotada nuestra sociedad,
podríamos advertir con envidia que lo que pasa en Venezuela no es
que los venezolanos estén engañados por su gobierno, o los hayan
manipulado. Lo que ocurre allí es que la política ha tomado el
lugar de la economía para domesticarla a favor de la mayoría de la
población. Allí existen gobernantes que, con sus defectos, trabajan
por el bien del pueblo, y el pueblo se lo agradece. Aquí tenemos
parlamentos que funcionan como consejos de administración de los
bancos y las grandes empresas. Cuando los venezolanos lloran y se
echan a la calle para despedir con orgullo al que ha sido su
principal representante durante los últimos 14 años porque ellos
así lo han decidido libremente, los miramos como si fueran
marcianos. Sin embargo, los marcianos somos nosotros. Nosotros, que
sólo sentimos el fervor patrio cuando nuestra selección nacional
gana algún campeonato de fútbol, que cada vez estamos más
embrutecidos y más pobres y más perdidos, que asistimos impotentes
al hundimiento de nuestro continente mientras ellos crecen.
Chávez
ha muerto, y como muchos ya han afirmado, nace la leyenda. ¿Se
acordará alguien de Zapatero, Rajoy, Hollande, Merkel, Berlusconi,
Monti, Papandreu, Passos Coelho, etc. cuando les llegue su hora?
No
hace falta que respondan; era una pregunta retórica.
domingo, 3 de marzo de 2013
Que hablen
Sostenía el sociólogo italiano Vilfredo Pareto que era positivo
para los gobernantes promover la libertad de expresión entre sus
gobernados, pues de esta manera podrían conocer sus gustos, sus
deseos y sus quejas, y así les resultaría más fácil gobernarlos.
En un principio podría resultar sorprendente semejante afirmación
proviniendo de un pensador que vio con simpatía el advenimiento al
poder de Musolini, y a quien el Duce nombró
senador vitalicio, pero de ella podrían extraerse al menos dos
conclusiones:
- la primera, que la ausencia de
libertad de expresión puede llegar a ser un factor determinante en
el debilitamiento del régimen que la reprime, pues levanta un muro
de silencio e incomprensión entre los gobernados y los gobernantes
que puede llegar a ser letal para éstos. De esta manera, ha ocurrido
con cierta frecuencia que, en países donde la libertad de expresión
era casi nula, los dictadores han sido los más sorprendidos a la
hora de ver cómo sus pueblos se levantaban contra ellos. Así le
ocurrió, por ejemplo, a Ceaucescu en 1989.
- La segunda, que los regímenes
parlamentarios actuales han tomado bien en cuenta la lección.
En las sociedades occidentales la
opinión de la ciudadanía se pulsa continuamente a través de
centenares de encuestas, estudios de opinión y de mercado y, desde
el desarrollo e implantación en nuestras vidas cotidianas de las
nuevas tecnologías, a través también de las redes sociales. Todo,
casi absolutamente todo lo que deseamos, sentimos, pensamos u
opinamos acerca de tal o cual cuestión, está perfectamente
guardado, ordenado y clasificado como nunca jamás lo había estado
antes en la Historia. En una sociedad verdaderamente democrática,
ese conocimiento podría traducirse casi inmediatamente como la
relación de confianza entre el pueblo y sus representantes. Sin
embargo, en la nuestra, todos esos estudios de opinión no son otra
cosa, en manos del gobierno, la policía y los poderes económicos,
que técnicas de sometimiento y control de la población. No se trata
de conocer los problemas de la mayoría para intentar solucionarlos,
como tampoco se busca conocer la opinión de la gente acerca de tal o
cual cuestión de interés general para hacer que dicha opinión rija
el accionar del gobierno, sino todo lo contrario. Si se pulsa el
ánimo de la población, es solamente para encontrar los medios más
oportunos en cada momento para domesticarla y encauzarla.
Esta promoción de la libertad de
expresión entre el pueblo llano contrasta sobremanera con el
silencio que suelen mantener las élites políticas y económicas. De
ellas conocemos, por norma general, el discurso oficial, aquél que
es manoseado por un ejército de sociólogos, politólogos,
psicólogos, publicistas y demás “expertos en comunicación”
antes de llegar a nuestros oídos. Sin embargo, de vez en cuando ese
velo de monotonía es rasgado por algún micrófono que se ha quedado
abierto, y de repente, si bien de manera fugaz, podemos disfrutar
también nosotros, simple pueblo, de las bondades de la libertad de
expresión, comprobando qué es lo que piensa realmente el político
o el burocratilla de turno, y lo poco que suele tener que ver con el
discurso oficial.
Lo mismo ocurre con la oligarquía
económica, si bien sus miembros son más celosos a la hora de
expresar sus deseos en público; para eso tienen a sus propios
periodistas que lo hacen por ellos. No hay más que leer las columnas
de Salvador Sostres en El Mundo, por ejemplo, para
comprobar hasta qué punto este bufón no hace más que expresar lo
que realmente piensan los grandes capitalistas, y cuál es su
verdadero proyecto político y social. Que determinados miembros de
la patronal expongan con cada vez más frecuencia en público su
postura acerca de tal o cual tema (que suele tener que ver con la
pérdida de derechos de tal o cual colectivo de trabajadores, o de
todos en general), obedece a la exigencia de transformar cada una de
esas exposiciones en un decreto-ley por parte de un gobierno para el
cual, de manera cada vez más evidente, los deseos de la patronal son
órdenes.
Ocurre además en nuestro país que
últimamente oficiales de alto rango se han decidido también a
mostrar en público su opinión acerca del conflicto con Cataluña, y
al que esto escribe le ha dado por sospechar que, si el ejército
tenía restringidos ciertos derechos, como el propio de la libertad
de expresión, no tenía otro interés que el de ocultar a la opinión
pública los ideales de aquéllos en cuyas armas reposa,
supuestamente, en último término nuestra soberanía nacional.
Resulta que se nos había vendido la moto en los últimos 30 años de
que la cúpula de nuestro ejército se había democratizado, a base
también de tenerlo entretenido en lejanas guerras de rapiña bajo la
tutela del amigo americano, pero en cuanto a algún oficial le da por
salirse del guión y eructar lo que piensa, le sale el africanismo
que lleva dentro, y los demás nos damos cuenta de que seguimos en
manos de los mismos que han dirigido este país en, al menos, los
últimos cien años.
Así, el pasado mes de agosto, un
coronel exclamó, ante la posibilidad de la independencia de
Cataluña, que ésta sería “por encima de su cadáver”.
Por desgracia, conociendo la
historia de nuestro país, sabemos que cuando un coronel utiliza esta
expresión, suele referirse más bien a los cadáveres de los demás.
Esta misma semana, otro general ha sugerido que estaría justificada
una intervención militar ante la declaración soberanista del
Parlament, y ha aludido al artículo 8 de la Constitución. Varias
consideraciones caben al respecto: la primera, la arbitrariedad con
que estos oficiales aluden a la Carta Magna. No parece que se hayan
echado la mano a la cartuchera mientras el paro se dispara en España,
aumentan la miseria y las desigualdades, no se respetan los derechos
fundamentales de la mayoría y nuestro país ha vendido su soberanía
política y económica a la OTAN, la UE y el FMI. Y
visto que parece que la unidad de España les preocupa más a
nuestros oficiales que los propios españoles, tal vez sería lícito
preguntarles, dado que parecen dispuestos a ello: ¿cuántos
compatriotas estarían dispuestos a sacrificar por mantener la unidad
territorial de nuestro país?
No espero respuesta. Pero defiendo
que se sigan expresando libremente, para que los demás sepamos al
menos a qué atenernos. Que hablen todos, el gobierno, los
empresarios, los banqueros, el Rey. Que hablen.
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