Según la R.A.E., emprender es “acometer
y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si
encierran dificultad o peligro”.
Sin embargo, en la mitología liberal imperante, el término
“emprendedor” viene a sustituir, o a blanquear, al de
“empresario”, término que en una de sus acepciones de la R.A.E.
es definido como “patrono,
persona que emplea obreros”. En
manos del poder, el lenguaje no es sino otro más de sus instrumentos
de dominación, y las palabras no sirven para señalar las cosas,
sino para ocultarlas. El término “emprendedor” tiene, casi por
definición, un cariz positivo, posee incluso un componente
romántico. Se emprende un viaje, una aventura, una relación
amorosa. El concepto “empresario”, por su parte, encierra
explícitamente una relación social: él es quien se beneficia del
trabajo ajeno. En la semántica ultraliberal actual ha desaparecido
incluso el término “patrón” que, por ejemplo, los franceses
continúan empleando, y que tiene, por la fuerza de las
circunstancias, un sentido marcadamente negativo. Que los empresarios
ya no sean llamados como tales, sino como “emprendedores”,
pretende ocultar, precisamente, el hecho de que se apropien del
trabajo ajeno, es decir, lo que se pretende es ocultar el hecho de la
explotación.
En
un artículo aparecido ayer en El Diario, el periodista Daniel
Fuentes Castro informaba de que, entre los años 2008 y 2012, en
España, las sociedades no financieras incrementaron su renta
empresarial un 67%, al mismo tiempo que reducían su masa salarial un
12%. Esto es, que mientras aumentaron en 75.000 millones de euros sus
beneficios, redujeron el salario de sus empleados en 42.000 millones.
Por
otra parte, el 18 de junio pasado, el vicepresidente de la CEOE, José de la Cavada, declaró a la prensa que le parecía excesivo que se
concediesen cuatro días de permiso a los empleados por fallecimiento
de un familiar. Este señor, por cierto, había sido condenado en
2010 por trato humillante contra nueve de sus once subordinados en el
departamento de relaciones laborales de la patronal, evidenciando el
concepto de “relaciones laborales” que tienen tanto él como sus
acólitos. Cada vez que un miembro de la patronal abre la boca le
sale la alimaña que lleva dentro, y echa atrás todo el inmenso
trabajo propagandístico de periodistas, responsables de planes de
estudios, políticos y publicistas en blanquearlos tomándolos como
“emprendedores”.
Sin
embargo, los grandes empresarios (“empresaurios” en el imaginario
popular, que es tozudo), no necesitan ser innovadores, porque tienen
detrás el apoyo del aparato del Estado y de la banca, con los que
forman un todo orgánico. En el fondo, el término “emprendedor”
no va a dirigido a ellos, sino que es el fiel compañero de la
destrucción sin precedentes de los derechos que hasta ahora habían
gozado los trabajadores. Una vez despojados de estos derechos, se
incita a éstos a formar parte de un mercado cada vez más
volátil e inestable, no ya como empleados de otros, sino como “sus
propios jefes”. Esto es, que donde antes, mal que bien, había una
seguridad social, un sueldo fijo y unas vacaciones pagadas, ahora hay
un tener que hacerse cargo de todo, ya no sólo del trabajo
propiamente dicho, sino además de unas facturas, una cuota a la
seguridad social, un temor a no tener suficiente carga de trabajo, y un
no tener horario de salida si en determinados momentos esa carga
aumenta, es decir, donde antes había un trabajador con ciertos
derechos, ahora hay un autónomo (en griego, “aquél
que se vale por sí mismo”).
Y ese valerse por sí mismo lo es dentro de un mercado completamente
atomizado, donde en medio de la lucha de todos contra todos rigen la
inestabilidad y la inseguridad. Así, por ejemplo, en 2012 se crearon en este país 87.066 empresas mercantiles, un 2,7% más que el año
anterior, y se cerraron 22.568, lo que supuso un incremento del 14,7%
con respecto a 2011. Por otro lado, el capital medio suscrito por las
nuevas sociedades descendió en un 65,4%, pasando de la media de de
252.148 euros en 2011 a los 87.167 del año siguiente.
La
incitación a montar un negocio por parte de las autoridades tiene un
doble cariz. Por un lado, supone al Estado y a la oligarquía
económica dirigente prescindir de relaciones laborales “costosas”,
es decir, con derechos, y ahonda la brecha social: para los grandes
empresarios y los banqueros, el apoyo del Estado, para la gran
mayoría social, el esfuerzo sin límites y la precariedad. No deja
de resultar insolente la prédica del sacrificio y el trabajo por
parte de aquéllos que no lo han practicado nunca.
Por
otro lado, implica llevar a cabo hasta el extremo su sueño liberal, pues ese “búscate la vida” al que se incita supone la resurrección del viejo
darwinismo social, siempre latente, sin embargo, en el capitalismo como su componente
ideológico sustancial, según el cual toda la responsabilidad
habría de recaer sobre el individuo, y toda su fortuna o su fracaso serían exclusivamente culpa
suya, de su buen o mal hacer. Para el liberalismo no existen las
circunstancias, ni las estructuras sociales sobre las cuales las
vidas de las personas se asientan. Para el poder, se trata de un arma
ideológica perfecta, al desviar las responsabilidades últimas de los que toman realmente las decisiones a las víctimas de éstas.
El mensaje es muy sencillo: en medio del caos, la culpa la tienes TÚ, y nadie más que TÚ. Es por
eso que, junto a la mitología del emprendedor, se desarrolla la
pseudopsicología del “pensamiento positivo”, en cuyo idealismo
infantil pretende reducir todo problema al hecho de "ser siempre lo bastante optimista”, pero cuyo reverso macabro son las enfermedades
derivadas de la precariedad y la inestabilidad: las ansiedades y
depresiones varias, que también se han multiplicado.
Aún
así, se acusa a los españoles de ser poco emprendedores, a pesar de que, una vez más, centenares de miles emprenden el camino a una vida mejor en el extranjero, y eso es quizás porque no terminamos de pasar por el aro. Pero con sólo echar un ojo a nuestra historia podríamos demostrar fácilmente lo contrario. Considerar al país que dio al mundo a Cristóbal Colón, Hernán Cortés, o Magallanes y Elcano ("tierra de conquistadores, no nos quedan más cojones" cantaban con gran acierto los Extremoduro) como poco emprendedor sólo demuestra estrechez de miras. Sin embargo, yo me quedo con el que, pienso, es el más representativo de todos:
Lázaro de Tormes. La sociedad caníbal y despiadada que reflejan sus
páginas es el reflejo de allí donde nuestros gobernantes pretenden
llevarnos.
Pero
a pesar de todo, desde estas modestas páginas, yo incito a emprender.
A emprender la lucha contra los que quieren arruinar nuestras
condiciones de vida, a emprender la resistencia contra este modelo
económico y social que nos conduce al abismo. Los últimos años lo
han sido de derrotas y barbarie, pero también han abierto una
rendija, pequeña aún, pero a través de ella parecen brotar los
sueños. Se han emprendido proyectos estrambóticos, nuevas
editoriales, periódicos nuevos, movilizaciones extraordinarias,
asociaciones culturales, políticas y sociales, y se han tejido nuevos
lazos. Incito, por tanto, a no quedarse quieto, a no quedarse solo, a
emprender, a organizarse, a luchar.