“Like a dog without a bone
and actor out on loan,
riders on the storm”.
Hace apenas tres meses que comencé este blog que aún
está en pañales, y ya lo tengo lleno de necrológicas. Sin duda que
es para preocuparse. Sin embargo, a pesar de la LOMCE, la corrupción
del gobierno, la mediocridad endémica de los sindicatos, la ceguera
política de la izquierda institucional y las dos Españas, hoy no
podía sustraerme a una desaparición que me ha conmocionado: la de
Ray Manzarek, el que fuera teclista de los Doors, un grupo de hace
mil años que continúa sonando fresco, no se sabe si porque se
adelantaron a su tiempo o porque nuestro tiempo se está atrasando
hacia el suyo. Aunque lo más probable es que eso ocurra porque han
alcanzado la categoría elevada de clásicos, concepto con el cual
nos referimos a aquellos artistas cuyas obras, por un misterio que se
nos escapa por completo, continúan emocionando a las gentes, incluso
generaciones después, y en contextos históricos totalmente ajenos
al cual los vio nacer.
Porque poco se parece ya nuestra época a aquellos
felices 60 del pleno empleo y el Estado del Bienestar. Si entonces el
pop sonaba optimista, lo hacía de una forma sincera. Nos puede
resultar ingenua, naïf, esa música en su desenfado, a nosotros, que
ya hemos pasado por el heavy metal, el punk y el grunge del mismo
modo que nuestra sociedad se derrumba de crisis en crisis, que nos
hemos vuelto cínicos por el camino, pero no podemos negarle su
encanto, un encanto que visto con la suficiente perspectiva se torna
crepuscular y melancólico.
Los Doors, sin embargo, fueron el grano en el culo de
ese optimismo californiano que por un lado sonaba a radiofórmula
(los Monkees) y por el otro entonaba himnos mesiánicos impregnados
de esperanza milenarista (Jefferson Airplane). Mientras tanto, ellos
predicaban el apocalipsis.
Pueden determinarse tres etapas en la música de los
Doors bajo la marcada influencia de Jim Morrison: la primera,
claramente impregnada por el consumo de LSD, una segunda etapa
intermedia, sin duda la menos interesante, y una tercera marcada por
el alcohol. Corresponden a cada una de las etapas dos de los seis
discos de estudio que grabó el grupo.
Con gente como Bob Dylan, Velvet Underground o los
propios Doors el rock se hizo adulto. Las letras dejaron de
preocuparse por temáticas adolescentes explorando nuevos caminos
artísticos. En el caso de Morrison, la influencia de los poetas
malditos fue determinante. Sin embargo, debido sobre todo a lo
atractivo de su oscura personalidad, tendemos a olvidar al resto de
los Doors, e incluso a minimizarlos, sin duda injustamente. Por eso
es preciso recordar que esos paisajes recónditos, inquietantes, que
dibuja su música, fueron obra también de otros tres grandes
artistas.
No se puede olvidar la batería de John Densmore,
afilada a veces, otras brutal, sin tregua, pero siempre elegante,
como no podía ser de otra manera de alguien con formación
jazzística. Tampoco la guitarra de Robby Krieger, tan capaz de crear
escenarios áridos y desolados como alcanzar el éxtasis orgásmico,
y todo en una misma canción, o de permitirse delicatessen, o riffs
inolvidables al mejor estilo bluesero. Pero sobre todo el alma de los
Doors, tras Morrison, fue Ray Manzarek. Él fue el peso pesado
musical del grupo; al frente de su Fender Rhodes, fue el partenaire
perfecto de la voz cálida y potente del cantante. En la primera
etapa, aportó el inconfundible sonido psicodélico a la banda, y a
veces, cuando la situación lo exigía, dejaba rienda suelta a la
delicadeza -”The crystal ship” es buen ejemplo de ello.
Después, cuando el alcohol empezó a hacer mella en
Morrison y sus composiciones se volvieron más ásperas, la guitarra
de Krieger tomó protagonismo, y a menudo Manzarek cambió el viejo
órgano por el piano, o por el piano eléctrico, pero su música
siguió siendo turbadora.
Quedará para siempre grabada en nuestra memoria, como
mejor muestra de su virtuosismo, la maravillosa “Riders on the
storm”. Es una canción evocadora, susurrante como el viento contra
las hojas de los árboles, pero a la vez siniestra, inquietante, como
si ocultase algo oscuro e insondable. Fue el canto del cisne. Con
ella alcanzaron el cénit para inmediatamente después desaparecer,
como el crepúsculo de la noche. Con ella quedó atrás no sólo un
grupo fascinante, sino toda una época. Los Doors supieron ver ese
final antes que nadie; sus canciones extrañas lo anticipaban y al
final el tiempo implacable les dio la razón.
Larga vida al maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario