martes, 21 de mayo de 2013

Jinetes en la tormenta



Like a dog without a bone
and actor out on loan,
riders on the storm”.

Hace apenas tres meses que comencé este blog que aún está en pañales, y ya lo tengo lleno de necrológicas. Sin duda que es para preocuparse. Sin embargo, a pesar de la LOMCE, la corrupción del gobierno, la mediocridad endémica de los sindicatos, la ceguera política de la izquierda institucional y las dos Españas, hoy no podía sustraerme a una desaparición que me ha conmocionado: la de Ray Manzarek, el que fuera teclista de los Doors, un grupo de hace mil años que continúa sonando fresco, no se sabe si porque se adelantaron a su tiempo o porque nuestro tiempo se está atrasando hacia el suyo. Aunque lo más probable es que eso ocurra porque han alcanzado la categoría elevada de clásicos, concepto con el cual nos referimos a aquellos artistas cuyas obras, por un misterio que se nos escapa por completo, continúan emocionando a las gentes, incluso generaciones después, y en contextos históricos totalmente ajenos al cual los vio nacer.
Porque poco se parece ya nuestra época a aquellos felices 60 del pleno empleo y el Estado del Bienestar. Si entonces el pop sonaba optimista, lo hacía de una forma sincera. Nos puede resultar ingenua, naïf, esa música en su desenfado, a nosotros, que ya hemos pasado por el heavy metal, el punk y el grunge del mismo modo que nuestra sociedad se derrumba de crisis en crisis, que nos hemos vuelto cínicos por el camino, pero no podemos negarle su encanto, un encanto que visto con la suficiente perspectiva se torna crepuscular y melancólico.
Los Doors, sin embargo, fueron el grano en el culo de ese optimismo californiano que por un lado sonaba a radiofórmula (los Monkees) y por el otro entonaba himnos mesiánicos impregnados de esperanza milenarista (Jefferson Airplane). Mientras tanto, ellos predicaban el apocalipsis.
Pueden determinarse tres etapas en la música de los Doors bajo la marcada influencia de Jim Morrison: la primera, claramente impregnada por el consumo de LSD, una segunda etapa intermedia, sin duda la menos interesante, y una tercera marcada por el alcohol. Corresponden a cada una de las etapas dos de los seis discos de estudio que grabó el grupo.
Con gente como Bob Dylan, Velvet Underground o los propios Doors el rock se hizo adulto. Las letras dejaron de preocuparse por temáticas adolescentes explorando nuevos caminos artísticos. En el caso de Morrison, la influencia de los poetas malditos fue determinante. Sin embargo, debido sobre todo a lo atractivo de su oscura personalidad, tendemos a olvidar al resto de los Doors, e incluso a minimizarlos, sin duda injustamente. Por eso es preciso recordar que esos paisajes recónditos, inquietantes, que dibuja su música, fueron obra también de otros tres grandes artistas.
No se puede olvidar la batería de John Densmore, afilada a veces, otras brutal, sin tregua, pero siempre elegante, como no podía ser de otra manera de alguien con formación jazzística. Tampoco la guitarra de Robby Krieger, tan capaz de crear escenarios áridos y desolados como alcanzar el éxtasis orgásmico, y todo en una misma canción, o de permitirse delicatessen, o riffs inolvidables al mejor estilo bluesero. Pero sobre todo el alma de los Doors, tras Morrison, fue Ray Manzarek. Él fue el peso pesado musical del grupo; al frente de su Fender Rhodes, fue el partenaire perfecto de la voz cálida y potente del cantante. En la primera etapa, aportó el inconfundible sonido psicodélico a la banda, y a veces, cuando la situación lo exigía, dejaba rienda suelta a la delicadeza -”The crystal ship” es buen ejemplo de ello.
Después, cuando el alcohol empezó a hacer mella en Morrison y sus composiciones se volvieron más ásperas, la guitarra de Krieger tomó protagonismo, y a menudo Manzarek cambió el viejo órgano por el piano, o por el piano eléctrico, pero su música siguió siendo turbadora.
Quedará para siempre grabada en nuestra memoria, como mejor muestra de su virtuosismo, la maravillosa “Riders on the storm”. Es una canción evocadora, susurrante como el viento contra las hojas de los árboles, pero a la vez siniestra, inquietante, como si ocultase algo oscuro e insondable. Fue el canto del cisne. Con ella alcanzaron el cénit para inmediatamente después desaparecer, como el crepúsculo de la noche. Con ella quedó atrás no sólo un grupo fascinante, sino toda una época. Los Doors supieron ver ese final antes que nadie; sus canciones extrañas lo anticipaban y al final el tiempo implacable les dio la razón.
Larga vida al maestro.   

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